VIERNES, 6 DE SEPTIEMBRE DE 2013
Hacer deporte, comer sano y una vida sexual activa aparecen como ingredientes básicos en la receta contemporánea del bienestar y el éxito. Amor y buen sexo, matrimonio y consumado, vienen juntos o no vienen. Pasar el parte de con cuántxs “lo hiciste”, cuántas veces, o sufrir por lo que te está faltando es un trámite común a heterosexuales y al resto del mundo. Personas que no sienten atracción sexual siempre existieron, sólo que ahora deciden correrse del consultorio médico o psiquiátrico, y además conectarse. La asexualidad como factor aglutinante de una comunidad que exige su lugar en la sigla tiene una historia bastante breve. ¿Será un respiro disidente a la omnipresencia de lo sexual? o, al revés, ¿compulsión a seguir hablando de eso, aun cuando no pasa nada?
Por Magdalena De Santo
Personas que no se tocan ni con un palo, parejas que duermen separadas, jóvenes que se aburren de las charlas sobre levantes, vírgenes que no les importa, gente que elige vivir su cuerpo como no disponible a la práctica sexual. Se aman, pueden soñar con hijxs, pueden ser seductorxs, eternamente enamoradxs, incluso onanistas, voyeuristas y fetichistas, todo eso, sí, pero sin ganas de intimar sexualmente con alguien. Así habitan en la omisión que les propicia el prefijo privativo “A” para retirarse del imperativo sexual. Se identifican como asexuales.
Facundo recuerda con pesar su salida del armario: “En la universidad cometí el error de decir que era virgen. Desde entonces llevé el estigma para ser el chiste fácil”. Quique, para no ser tildado de loser, tuvo relaciones sexuales sólo para cumplir con sus compromisos maritales. Pero no quería; básicamente tenía fiaca: “La sociedad entera va camino a la asexualidad”. Impulso evolucionista y raro. Quique amplía su reclamo cuando señala que “la medición de cualidad y calidad de las relaciones las proporciona el sexo y no debiera ser así”. De hecho es muy difícil distinguir pareja de amistad cuando no es el sexo el que impone los límites. Los varones parecen acordar que su rol de machos sexuales es una presión social demasiado pesada. Aunque también encontramos al asexual con discurso alfa. Sergio es “el más respetuoso con las mujeres porque no las trata para tener sexo”.
Entre las mujeres, el espectro va desde casos trágicos de solteras crónicas –las mal llamadas solteronas– hasta las más poliamorosas y alegres. Marta en su momento pensó que su inapetencia provenía de un posible lesbianismo mal encaminado, pero finalmente descubrió que quiere ser madre y tener pareja estable con un tipo, aunque le repele la idea de tener intimidad. Para explicar su experiencia recurre a la metáfora culinaria “podés no comer torta de chocolate porque estás a dieta o simplemente porque no te gusta”. Los discursos más festivos se acercan a la parafilia (experiencias de placer que no se centran en la cópula). Marina, una joven colombiana, mantiene varias relaciones sensuales simultáneamente y se hiperexcita mirando, escuchando, pero sin tocar. De personas trans e intersex asexuales, ni noticias.
Experiencia ameba
Aparentemente, la asexualidad como movimiento identitario surge con una tribu urbana japonesa, vinculada con chicos nipones herbívoros que formaron una subcultura hace menos de una década. Ellos declaraban su aversión por el trabajo y el sexo. En 2001, David Jay –un hombre fornido, estadounidense y nacido en los ’80– fundó AVEN (Asexual Visibility and Education Network), vendiendo remeras con slogans como “Asexualidad: ya no es más sólo para amebas”. Y en los últimos años, celebridades como Janeane Garofalo, Morrissey y Deerhunter se declararon públicamente asexuales. La asexualidad tiene ya los años suficientes como para haber creado sus propios estereotipos (como el protagonista de Doctor Who, por ejemplo).
La comunidad virtual AVEN es el sitio web oficial que los recoge (mejor dicho, acoge). Allí hay foros, salas de debate, videos, artículos, encuestas, iconografía –la bandera de franjas negra, gris, blanca y violeta– y una cantidad de consignas bien variadas. La página en su versión hispana (AVENes), revela que la mayoría de asexuales son mujeres inscriptas al nacer, con estudios universitarios, sin religión y que se consideran hétero sin sexo. ¿Serán una versión 2.0 de las feministas de los ’80 antisexo? Johanna Villamil, responsable de la plataforma virtual de habla hispana, sostiene que en la web conviven tres objetivos: “El primero es tener un lugar de encuentro para nosotros, donde podamos conocer a más personas y crecer como comunidad. El segundo es tener un espacio de educación para nosotros, los que nos rodean y para quienes estén interesados. Y la tercera es la visibilidad de nuestra comunidad hacia la sociedad”.
En las redes sociales también están presentes. En la comunidad “Soy asexual y qué” encontramos distintas estrategias discursivas; desde las más esencialistas: “No sufrí de abusos sexuales cuando chic@, tampoco ando decepcionad@ de las relaciones, nací así, soy así”. O las que se encuentran en casi todo activismo: “La asexualidad es la orientación sexual que más discriminación recibe, principalmente porque no es ni siquiera aceptada como algo real”. Acá, la típica lucha interna por quién sufre más también está presente. La ecuación del marginal se aminora con otras consignas más pedagógicas: “Ser asexual es la falta de interés, tu cuerpo funciona de la misma manera que el cuerpo de cualquier sexual, puede recibir placer con igual facilidad, pero lo que te hace asexual es que sencillamente no te interesa hacerlo”. O sea, parecen reconocer que los cuerpos son sexuados.
En todas las consignas subyace una crítica al paradigma psi que tan hondo caló en nuestra cultura. Es que la asexualidad dispara sobre el corazón mismo de la psicología, la psiquiatría, la sexología y las infinitas narrativas que prescriben el contenido de una vida sexual normal. No se trata de represión, dicen lxs asexuales, ni de fobia, ni de ninguna de las formas que toma el discurso patologizante. Tampoco un tipo de enfermedad mental o trastorno de deseo sexual hipoactivo (uno de los trastornos de enfermedad mental vinculado con la inapetencia sexual eventual que se les achaca). No son antisexo, dicen, no tienen revulsión, rechazo ni asco, menos que menos están guiados por una causa religiosa: no son célibes, aunque parezcan angelitos.
La teórica Eve Kosofsky Sedwick, en su célebre introducción de Epistemología del armario, reconoce la poca imaginación clasificatoria para entender la sexualidad. Así, de un tiempo a esta parte, la necesidad de utilizar etiquetas distintivas es una política propia del activismo multicolor, justamente para no quedarnos atrapadxs en un vacío de reconocimiento mutuo y dejar de dar por supuesto lo que la heterosexualidad enseña: la proliferación de categorías parece ser un hábito propio de nuestra era que, por su parte, el sistema capitalista bien sabe absorber.
En estos esfuerzos taxonómicos no sólo emergen asexuales sino una subdivisión interna entre dos grandes grupos: asexuales románticxs y arrománticxs. Entre lxs románticxs, existen asexuales bi-románticxs, homo–románticx y hétero-románticx, incluso también están con preferencias monógamas o poliamorosas. Llama profundamente la atención que utilicen el término “romántico” para aludir a la elección de su objeto de ternura. Los arrománticxs directamente no sienten ningún tipo de atracción sensual por nadie. Todo el abanico de preferencias se incluye en la A, pero nunca en la cama.
Dame la A, ¿te doy la A?
Las incesantes dudas emergen: si la atracción sexual no es necesariamente genital, ¿cómo es que hablan de inclinación romántica? ¿Acaso el deseo sensual y la excitación con algunas personas no sería también un tipo de inclinación sexual? Quizá la disputa radica en que “sexo” se dice de muchas maneras. Parece que la asexualidad es ante todo agenitalidad. Partidarios de maneras alternativas de hacer el amor –nunca mejor dicho–, lxs asexuales románticxs eligen variaciones y nuevos repertorios para las conductas eróticas que excluyen el uso de sus genitales.
Por otro lado, gran parte de las críticas hacia asexuales se comparten con las esgrimidas al colectivo lgtb. Hagamos la prueba y reemplacemos la asexualidad por otra identidad disidente. Por ejemplo, “si todos fueran asexuales, se acabaría la especie humana”. ¿No te suena? La máxima universal como criterio moral no hace otra cosa que tachar nuestra singularidad (mientras los kantianos se retuercen). También se oyen voces que pretenden desestabilizar la utilización de la categoría con comentarios autoevidentes tales como: “No sabés lo que te va a ocurrir en cinco años, no podés definirte ahora”. ¿Nunca te la dijeron? O la persuasiva: “No diste con la persona indicada. Si probaras conmigo, se te pasaría”, que no convencen ni al loro.
La genealogía de personas asexuales también coincide bastante con varios de los hitos gay. Morrissey, el cantante de The Smiths, es conocido por sus odas a los fracasos del amor. “Pretty Girls Make Graves” o “Will Never Marry” parecen dar cuenta tanto de su homoerotismo como de su dificultad para intimar. Ambas canciones bien podrían ser himnos asexuales. Otra de las figuras que los asexuales se apropian es, ni más ni menos, Andy Warhol. Si bien los biógrafos del rey del pop lo desmienten, el libro de Warhol Mi filosofía de la A a B y de B a A parece ser motivo de identificación asexual, ante todo, por cómo se vincula afectivamente sin contacto carnal hasta el paroxismo. La obsesión del artista por la belleza humana, la reconfiguración de modelos para amar, su voyerismo, son también estandartes del movimiento A. Ellxs, asexuales, reclaman su pertenencia en el colectivo de diversidad sexual, y no sólo como parte del largo etcétera que acompaña la sigla lgtb.