¿Cómo puede manifestarse la violencia en el ámbito de la sexualidad y las relaciones sexuales? ¿Qué hacer para enfrentarla y prevenirla? Acerca de esas y otras interrogantes conversan con
No a la Violencia la doctora Ada Alfonso, psiquiatra con muchos años de experiencia en el tratamiento y estudio de la violencia de género y vice presidenta de la Sociedad Cubana para el Estudio Multidisciplinario de la Sexualidad (Socumes); la socióloga Iyamira Hernández, con una maestría en Sexología y especialista del Centro de Salud Mental del municipio de Playa (Censam); y el doctor Pedro Pablo Valle, también máster en Sexología y especialista del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex)
¿Cuáles son las más importantes expresiones de violencia identificadas en el ámbito de la sexualidad y las relaciones sexuales? ¿Cómo se manifiestan en Cuba?
Ada Alfonso: La violencia de género está presente en la construcción de las sexualidades. Los discursos acerca de la sexualidad buscan disciplinar los cuerpos de mujeres y hombres según un enfoque binario de género, sobre la base de estereotipos que ponderan la masculinidad y feminidad hegemónica.
Cualquier práctica, comportamiento o expresión de la sexualidad que transgreda la cosmovisión patriarcal de la sexualidad, lo esperado y deseado socialmente, engendrará una manifestación de violencia basada en género. Por ello considero que la violencia de género es inherente a la socialización –normatización- de las sexualidades de mujeres y hombres.
La desviación de la norma, la construcción de la identidad de orientación sexual no heterosexual, los deseos y prácticas sexuales de las mujeres lesbianas y transgénero, así como las de los hombres homosexuales requieren, para muchos, de coerción con vistas a evitar su propagación y, con esta, la contaminación del resto de la sociedad. De ahí que la lógica del discurso social, el discurso patriarcal, apele a mecanismos de control –sujeción que resulta en diferentes formas de violencia de género.
En el caso de las construcciones de las masculinidades hegemónicas, el ejercicio de la sexualidad per se cobra sentido a través de la subordinación sexual de las mujeres y de otros hombres, especialmente aquellos que se consideran inferiores, afeminados, pasivos… de ahí que en el relacionamiento sexual se expresen juegos de poderes que anuden construcciones de género con sexualidades y violencia sexual.
Iyamira Hernández: En mi actuar profesional en el servicio de atención a parejas hemos podido constatar, desde la perspectiva de análisis de la sexualidad como dimensión de la personalidad construida a lo largo de toda la vida y transversalizada por la dimensión de género, que entre los problemas más frecuentes de las relaciones de pareja están presentes los comportamientos violentos como forma de relación social y ejercicio del poder. Se hacen constar la violencia psicológica, económica, sexual y física dosificadas en un ciclo de malestares y conflictos, naturalizados desde el aprendizaje sociocultural, lo que impide que muchas parejas desde el primer encuentro de trabajo terapéutico reconozcan que la raíz de sus conflictos, nace, crece y se desarrolla con el abono de la violencia.
En Cuba, excluyendo las expresiones de feminicidio y misoginia, no estamos exentos de la presencia de la violencia en las relaciones de pareja y en las relaciones sexuales. Las manifestaciones se mueven desde lo más sutil hasta lo más evidente, lacerando la integridad de las personas que la padecen.
Pedro Pablo Valle: Una de las manifestaciones de violencia en el ámbito de la sexualidad es la sexual propiamente, pero existe también el abuso sexual infantil y otros tipos de violencia que se manifiestan desde las relaciones de género. Vivimos en una sociedad patriarcal, donde la dominación se ejerce por los hombres sobre las mujeres y, a partir de ahí, se da una serie de manifestaciones de violencia.
En Cuba existen muchas de estas formas de violencia desde la sexualidad, lo que ocurre es que a veces no son totalmente visibilizadas y entonces no hablamos de violencia. Generalmente, cuando nos referimos a ella, pensamos en el golpe físico, en el maltrato, pero no hablamos de violencia psicológica, de la sexual que se puede ejercer contra niñas y niños; no hablamos de la violencia que se implica al no dejar ejercer los derechos sexuales de las personas.
¿Cuáles son las causas, las consecuencias, los impactos?
AA: La violencia es un problema estructural y, aun cuando se considera su multicausalidad, en sus raíces están la ideología patriarcal, las relaciones de poder que de esta se derivan y el irrespeto a los derechos humanos de las personas que resultan vulnerables por la posición que ocupan socialmente: mujeres, niñas y niños, lesbianas, transgéneros, homosexuales, ancianos y ancianas.
Es importante destacar que si bien está bien documentado el hecho de que son las mujeres en su diversidad las más afectadas por la violencia de género, en el ejercicio del trabajo sexual, hombres homosexuales y mujeres transgéneros se encuentran representados entre la población que es víctima de esta violencia en su forma sexual.
Las consecuencias de la violencia de género y de la violencia sexual son diversas, llegando hasta la muerte. El estrés postraumático, la baja autoestima, la depresión, los trastornos en la esfera sexual que afectan el disfrute del placer sexual, el insomnio, la irritabilidad, la distractibilidad, la baja productividad en el trabajo, la inseguridad, el miedo, la incapacidad en el ejercicio de la autonomía y la toma de decisiones son algunas de las consecuencias de la violencia en la vida de las personas, por lo que se reconoce el impacto de esta en la salud mental de las víctimas -sobrevivientes.
IH: La violencia fue identificada por la Organización Mundial de la Salud como un problema de salud por los costos mortales y no mortales que ocasiona a las personas inmersas en un ciclo violento, y en aquellas que les rodean. Podemos mencionar como consecuencia de ella trastornos asociados a la salud mental, como ansiedad recurrente, depresión, miedo, insomnio, trastornos de la conducta alimentaria, obsesivos compulsivos (estos casi siempre después de violaciones), estrés postraumático, etcétera. Además de otros como cefaleas, trastornos ginecológicos, abortos espontáneos o lesiones ortopédicas, oculares, derivados a menudo de la agresión física. Dentro de las consecuencias más letales tenemos los suicidios, homicidios, asesinatos y otras autoagresiones. Es importante destacar que estos daños ocasionan invalidez parcial o total y, por tanto, afectan las relaciones sociales y económicas; entorpecen el derecho al ejercicio pleno de la autonomía y el auto desarrollo.
PPV: La violencia de género está causada, en primer lugar, por un problema histórico característico de esta sociedad patriarcal, donde los hombres siempre han ejercido el poder contra las mujeres, desde las relaciones domésticas, las de trabajo y hasta en el marco de las propias relaciones sexuales.
Cualquier persona sobre la que se ejerza cualquier tipo de violencia corre el riesgo de manifestar una serie de trastornos que pudiéramos decir que son trastornos de salud cuando asumimos esta en su concepto más amplio.
¿Existen exploraciones, estudios, que permitan acercarse a esta problemática, enfrentarla, prevenirla? ¿Qué nos falta?
AA: Enfrentar la violencia como fenómeno social significa, en primer lugar, reconocer su existencia, identificar las múltiples formas de manifestarse y analizar las causas que ayudan a su pervivencia.
Si reconocemos que existe violencia contra las mujeres, entonces debemos reconocer y trabajar en el desmontaje de las lógicas patriarcales que permiten la existencia de relaciones asimétricas de poder entre hombres y mujeres. Estás lógicas permean las instituciones sociales y contribuyen a sostener un imaginario que reitera "que las mujeres se lo buscaron”, "que son responsables”…; así, justifican la violencia de los agresores, garantizando su impunidad. No es infrecuente que las mujeres se encuentren con la revictimización en espacios donde deben ser protegidas. Por eso que son inadmisibles cuestionamientos y prácticas que responsabilizan a las mujeres de la violencia que sufren.
La sociedad y sus instituciones deberán igualmente trabajar en ampliar los marcos de comprensión de las sexualidades. La sexualidad como definición, como constructo, no recoge la diversidad de expresiones, comportamientos e identidades sexuales. No es posible obviar esta realidad. Por lo que para trabajar con el objetivo de eliminar la violencia de género, se necesita de una educación de la sexualidad respetuosa de las diversidades sexuales, culturales,… que fomente la autonomía, la libertad y el ejercicio de los derechos sexuales de todas las personas.
Esto requiere de flexibilidad y cambios, formación y preparación de docentes y padres y madres, programas de las diferentes enseñanzas e intervenciones en los espacios comunitarios. En fin, en todos los espacios de interacción social. Precisa, además, de un esfuerzo en la creación de espacios en los medios de comunicación social que reflejen la realidad, pero que a la vez no ridiculicen, estigmaticen, ni fomenten prácticas discriminatorias por ninguna razón.
Es imprescindible fortalecer los mecanismos existentes para la atención de la violencia y crear aquellos que permitan un tratamiento que empodere a las víctimas sobrevivientes y realice una prevención primaria, secundaria y terciaria de la violencia. Además, que la sociedad esté en capacidad de tratar y/o sancionar cualquier agresión, provenga de quien provenga, sin importar el espacio en que ocurra.
A mi juicio existen dos problemas sobre los que se requiere actuar: la búsqueda de consenso acerca de la necesidad de un mecanismo jurídico que opere en la prevención de la violencia de género en cualquiera de sus manifestaciones, a la vez que garantice la no impunidad de quienes incurran en el ejercicio de esta, y la permisividad con que se acepta la violencia de género, se naturalizan sus manifestaciones.
IH: En la actualidad existe una mayor comprensión sobre la necesidad de investigar sobre el tema y, sobre todo, de medir sus consecuencias para poder establecer registros de la magnitud del problema, aunque pienso que con la existencia de un solo caso ya son necesarias la atención e intervención.
Debemos diseñar más programas para trabajar con las víctimas y los agresores. Para ello necesitamos de mayor intersectorialidad y organización de quienes trabajamos el tema. Revisar, consultar lo que hacemos, compartir experiencias, nos ayudará a fortalecer nuestra red de trabajo.
Hay todo un movimiento por la paz y la no violencia con una voluntad política para enfrentar y abordar el problema, lo que constituye una buena perspectiva para el trabajo que se está realizando; pero creo que nos falta continuar capacitando al personal de los órganos de justicia, de la Policía Nacional Revolucionaria, a especialistas de la comunicación y profesionales de la salud porque aún se observan vacíos en el conocimiento que constituyen barreras para la labor de promoción y prevención.
http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=ES&cod=65602