Se acaba de cumplir otro aniversario del nacimiento en Charendon, en el valle del Marne, Francia, de Donatien Alphonse Francois, marqués de Sade, hijo del conde Jean-Baptiste, y su esposa Marié-Éléonore. Sade, escritor y libertino, vino a dar nombre genérico al sadismo, crueldad enfermiza condicionada psicológicamente, una fama que posiblemente no merecía y que opacó sus virtudes literarias.
¿Era sádico el marqués de Sade?
El sadismo, que deriva de él su nombre, se define en psicología como una parafilia (comportamiento que busca el placer sexual fuera de la cópula) consistente en causar dolor o humillación a la persona que se posee para lograr excitación.
Sade creó personajes extraordinarios y se apartó de su época. Terminó siendo objeto de odio y temor, que él mismo atribuyó a que el pueblo, educado en costumbres concretas, es demasiado simple como para concebir otras, por lo que observa con miedo cualquier actitud que se aparta de ellas.
A pesar de la fama negativa que lo envuelve, Sade llegó muy lejos en el terreno de la moral y la valoración de la libertad del ser humano, aunque quizá sólo desde el punto de vista individualista y únicamente en la imaginación.
“Perdonad mis defectos, es el espíritu de la familia el que me domina, y si debo hacerme un reproche, es haber tenido la desgracia de nacer en ella. Dios me guarde de todas las ridiculeces y los vicios de que está infestada.
Me creería casi virtuoso si Dios me concediera la gracia de no adoptar más que una parte”, dijo de sí mismo, reconociendo que la soberbia y los caprichos eran parte de su personalidad. Sade fue un hombre ingenioso y culto que se dedicó a la literatura sin intención de publicar.
En París estudió en un colegio jesuita, donde concibió interés por el teatro. A los catorce años abandonó el colegio para incorporarse al ejército. En la guerra con Prusia se comportó valientemente.
En 1763 su padre lo indujo a casarse con Renata Pélagie, una joven no muy bonita pero de buena posición económica, prudente y sincera. Ya por esta época el marqués era un libertino, y seguramente su padre pretendía que el matrimonio moderara las costumbres del hijo, que por otra parte eran las de él mismo.
Algunas aventuras escandalosas remataron con una joven que lo denunció por prácticas luego llamadas “sádicas”, por lo que fue a la cárcel 15 días. Si bien esta conducta era habitual en los nobles, dio origen a la leyenda que hoy lo envuelve como símbolo del mal.
Noble, libertino y orgulloso, no pedía nada a los jueces por lo que fue cabeza de turco y víctima propiciatoria. Sade fue un defensor de la libertad individual; le molestaba que el Estado, que veía representado por los jueces, pusiese barreras a los individuos.
La descripción de un juez que hace es suficiente para conocer qué pensaba de todos ellos: “rigorista por profesión, meticuloso, crédulo, testarudo, vano, cobarde, charlatán y estúpido por carácter, estirado en sus ademanes como un ganso, pronunciando la erres como un polichinela; enjuto, largo, flaco y hediondo como un cadáver”.
Tras un viaje por Italia para escapar de la justicia, que nunca dejó de perseguirlo, debió volver a Francia, donde fue detenido y conducido a la prisión de Vicennes.
En Vicennes permaneció encerrado entre 1778 y 1785. Luego fue trasladado a la Bastilla hasta pocos días antes de la revolución de 1789.
Cuando fue liberado, su mujer se separó de él, lo que lo dejó sin recursos y en peligro porque era un noble en medio de la revolución. Se convirtió en escritor: “M. Sade, homme de lettres”.
Publicó luego sus novelas, Justine, Aline y Valcour, Juliette, tan excesivas para el gusto de la época que prefirió negarse como autor.
A pesar de que la revolución lo obligó a cambiar sus costumbres, jamás dejó de ser un aristócrata que despreciaba a los autores de novelas eróticas, a los que consideraba afectados por un doble vacío: de la cabeza y del estómago.
A pesar de su aristocratismo irrenunciable, se hizo pasar por revolucionario y redactó discursos defendiendo ideas totalmente opuestas a las suyas, en una actitud de sofista que sin duda lo divirtió porque no era sino una pantomina.
A pesar de los horrores “sádicos” que describe en sus obras, debió dejar el cargo revolucionario que había logrado porque se impresionó hasta el desmayo ante la idea de la pena de muerte en la guillotina. “Querían que sometiera a voto un horror, una inhumanidad. Me negué en redondo. ¡Gracias a Dios, ya me he librado!”.
Se había librado de la política, pero no de la guillotina, de la que se salvó milagrosamente tiempo después.
Sin duda el crimen del libertino: por placer, premeditado con detalles pensados para excitar la sensibilidad, era muy otra cosa que el crimen de Estado, duro, frío, seco y sin fantasía, que pretende justificarse como necesario y del que tenemos muchos ejemplos modernos, incluso en la Argentina.
Bajo el Terror, Sade fue arrestado y condenado a la guillotina, acusado de hechos por los que ya había cumplido condena durante la la monarquía, considerado “enemigo de la revolución”. “Es preciso ser prudente con la correspondencia, jamás el despotismo abrió tantas cartas como abre ahora la libertad”, escribió en la cárcel.
Esas palabras ilustran sobre la ambigüedad de los fervores políticos tanto como las de Diderot acerca de que la moral que si impide hoy robar un centavo, matará mañana 100.000 hombres. Cuando iba en carro al patíbulo, fue liberado a último momento por causas que no se conocen.
Sade puso en claro la diferencia entre la realidad y la imaginación al reconocerse como libertino, aunque entonces como ahora la diferencia no aparece clara para muchos espíritus, quizá demasiado sencillos. “He concebido todo lo que puede concebirse en este sentido, pero ciertamente no he hecho todo lo que he concebido, ni lo haré jamás. Soy un libertino, pero no soy un criminal ni un asesino, y ya que se me fuerza a colocar mi apología junto a mi justificación, diré pues que tal vez sería posible que aquellos que me condenan tan injustamente como lo han hecho pudieran contrapesar sus infamias con mis buenas acciones tan probadas como las que yo puedo oponer a mis errores”. Una vez más aparece aquí su principal enemiga: la hipocresía, tan natural en su sociedad y la nuestra que no se ve, como el aire, y que el corporizó en los jueces.
Sade sufre una condena póstuma, tras haber sufrido muchas en vida, debido a que como una variante de Pigmalión se lo hace pasar de su vida a su obra sin reconocer las diferencias, amparados en que sin duda era en realidad un libertino, pero como no se ha hecho con casi nadie más. En cierta ocasión se quiso reprobar a Schopenhauer por predicar la renunciación total y vivir como un sibarita; pero el propio filósofo hizo notar la distancia entre las doctrinas universales y las vidas particulares.
Sade murió el 2 de diciembre de 1814 en un asilo de Charendon, obeso tras sus últimos 13 años en prisión, algo trastornado y medio ciego. En total, pasó 30 años en la cárcel.
En las instrucciones para su sepulcro, dijo: “Una vez recubierta la fosa, será sembrada de bellotas a fin de que el terreno y el soto vuelvan a encontrarse tupidos como eran antes y las huellas de mi tumba desaparezcan de la superficie de la tierra, como espero que se borre mi memoria de la mente de los hombres, excepto un pequeño número de los que han querido amarme hasta el último momento y de los cuales me llevo a la tumba un recuerdo muy dulce”.
Su epitafio, obra suya, sintetiza su vida:
Epitafio a D.A.F. de Sade,
arrestado bajo todos los regímenes.
Paseante,
arrodíllate para rezar
por el más desdichado de los hombres.
Nació en el siglo pasado
y murió en el que vivimos.
El despotismo, con su horrible mueca
en todo momento le hizo la guerra.
Bajo los reyes, ese monstruo odioso
se apoderó de su vida entera;
bajo el Terror reaparece
y pone a Sade al borde del abismo;
Bajo el Consulado revive:
Sade vuelve a ser la víctima.
Los actos del marqués, reprobables entonces y ahora, más ahora que entonces, no fueron comparables a los que aparecen en sus obras. La leyenda que lo presenta como un monstruo sanguinario es fruto de una imaginación interesada más que de la reflexión. Nunca fue acusado con fundamento de asesinar a nadie ni de haberlo intentado.
Los hechos libertinos que protagonizó no eran peores que aquellos a que estaban habituados los nobles de su época a los que sí les faltaba el valor personal y literario que él tuvo y que pudo ser la causa de la reacción excesiva de jueces y gobiernos monárquicos y republicanos, democráticos y despóticos.
Opiniones sobre Sade
Cuando se ha perseguido a un escritor durante más de 150 años como si fuera un personaje cruel e inhumano, se espera, en lo que concierne a la descripción de su vida, algo así como la biografía de un monstruo. Pero la vida del marqués de Sade resulta mucho menos aberrante de lo que uno teme y lo que realmente puede calificarse de espantoso es el destino que le acechó mientras vivía.
(Walter Lenning)
La obra de Sade es una apología del crimen (Georges Bataille)
La leyenda negra aureola desde hace más de dos siglos el nombre del Marqués de Sade, a quien cabe el gran honor de contarse entre lo más excelsos malditos de la literatura universal. Una leyenda ya forjada en vida, hasta el punto de llevar a su dueño a desear desaparecer de la memoria de los hombres. Pero no era en realidad semejante deseo lo que Sade reclamaba en sentido literal, sino el fin de un proceso injusto y absurdo que, sin embargo, continuaría hasta el siglo XX. Si existe un autor en el que la identificación -o, mejor dicho, la confusión- entre lo escrito y la persona sea notoria ése es sin duda el caso de Sade.
(María Concepción Pérez)
Frases de Sade
La verdadera sabiduría consiste mas en doblar la suma de los placeres que en multiplicar la de las penas…
Las pinturas más audaces, las descripciones más osadas, las situaciones más extraordinarias, las máximas más espantosas, las pinceladas más enérgicas tienen el solo objeto de obtener una de las más sublimes lecciones de moral que el hombre haya recibido nunca.
En el amor, todas las cumbres son borrascosas.
El orden social a cambio de libertad es un mal trato.
La crueldad lejos de ser un vicio es el primer sentimiento que imprime en nosotros la naturaleza.
La idea de Dios es el único error por el cual no puedo perdonar a la humanidad.
Ninguna religión vale una sola gota de sangre.
Pienso que si existiera un Dios, habría menos maldad en esta tierra. Creo que si el mal existe aquí abajo, entonces fue deseado así por Dios o está fuera de sus poderes evitarlo. Ahora, no puedo temer a un Dios que es o malicioso o débil. Lo reto sin miedo y me preocupan un comino sus rayos.
Nada más simple que amar el envilecimiento y encontrar goces en el desprecio.
La ley que atenta contra la vida de un hombre (la pena capital) es impracticable, injusta, inadmisible. Nunca ha reprimido la delincuencia.
¿Por qué te quejas de tu suerte cuando la puedes cambiar tan fácilmente?
Vamos a darnos indiscriminadamente a todo lo que sugieren nuestras pasiones, y siempre seremos felices… La conciencia no es la voz de la naturaleza, sino sólo la voz de los prejuicios.
Nunca, repito, nunca pintaré el crimen bajo otros colores que los del infierno; quiero que se lo vea al desnudo, que se le tema, que se le deteste, y no conozco otra forma de lograrlo que mostrarlo con todo el horror que lo caracteriza.