Se dobla pero no se rompe
Los estudiosos de la sexualidad ya le pusieron nombre: son los “heterosexuales flexibles”. Hombres casados o con novia, tal vez con hijos, que de vez en cuando avanzan en el contacto con el mismo sexo. El lugar en La Paternal que ofrece el servicio para vestirse como mujer. El fenómeno del crossdressing.
Por Mariana Carbajal
“Casado busca hombres casados de buen físico de hasta 30 años.” “Hola, me llamo Claudio, tengo 40 años, casado, de ojos marrones, pelo castaño oscuro, físico normal, de 1,75. Me interesan los chicos que en la intimidad se visten de nenas.” “Soy Martín, tengo 31 años. Para nada afeminado. Soy casado y me gustan las mujeres, pero me estoy ratoneando con un hombre hace rato, si te va escribime a...” Los tres son anuncios del sitio de clasificados gratuitos online OLX (www.olx.com): el primero es de un muchacho de la localidad bonaerense de Berazategui, el segundo de ciudad de La Rioja y el tercero, del barrio porteño de Balvanera. No hace falta husmear demasiado en la web, en páginas de encuentro, para toparse con este tipo de búsqueda: varones que no se definen como gays o bisexuales que quieren tener sexo con otros hombres heterosexuales o con crossdressers (hombres que en la intimidad juegan a ser mujeres infartantes por un rato); o ellos mismos en un asado a la noche después de jugar al fútbol con amigos, alcohol y música tienen como rutina “disfrazarse” de damas y toquetearse, ante la ausencia de sus esposas y la complicidad grupal. Y claro, también es conocido ya que bien machazos corretean detrás –o algunos, delante– de travestis o chicas trans. Y también están los que piden ser penetrados con juguetes eróticos en la cama por sus esposas o novias. Son varones de clase media y media alta, “heterosexuales flexibles”, como los define Carlos Figari, investigador del Conicet y del Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES) del Instituto de Investigación Gino Germani de la UBA, quien ha explorado en la noche porteña –y en la web– sobre esta nueva tribu, para la que Internet, dice, constituye un espacio privilegiado de “encuentro, reflexión y agrupamiento”. “Somos heterosexuales con privilegios”, prefiere autodenominarse, con ironía, uno de ellos.
Figari empezó a indagar sobre heterosexualidades masculinas “flexibles” hace unos tres años a partir de su observación empírica en boliches gay y “mix” –en el argot gay, lugares frecuentados tanto por homo como heterosexuales– como la disco Amerika, en el barrio porteño de Almagro, una de los más grandes de Buenos Aires. El investigador puso su mirada también en sitios de encuentro de Internet y fue recogiendo diversos testimonios. Su exploración quedó plasmada en un artículo, que se publica en Todo sexo es político (Editorial Zorzal), libro que en unas semanas saldrá a la venta en las librerías de Buenos Aires y se trata de una compilación de investigaciones realizadas en el marco del GES. “El trabajo es el fruto de escuchas de los últimos años, de vivencias propias, de relatos de conocidos que sabían que estaba siguiendo este tema y se me acercaban a contarme sus experiencias. Para sus protagonistas no es un tema fácil de hablar: algunos sólo pueden ponerlo por escrito”, contó a Página/12 Figari, politólogo, doctorado en Sociología, profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Catamarca y del Doctorado en Ciencias Sociales de la UBA. La definición de heterosexuales “flexibles”, en realidad, es un hallazgo que surgió del testimonio de uno de sus entrevistados, Julio, que así se describió cuando le preguntó sobre su orientación sexual: “Yo son un hetero flexible. Me gustan unos buenos amases. Sentir los cuerpos rozándose. Un buen revolcón entre dos machos. Pero no, nunca penetré un tipo”.
Vestidos de chicas
En un departamento del barrio de La Paternal, Claudia Molina, una ex periodista de 34 años, tiene un curioso emprendimiento: ofrece un servicio para hombres que tienen como fantasía vestirse o “montarse” –de acuerdo con la jerga– de auténticas chicas, es decir, lo que se llama convertirse en crossdresser o CD, una tendencia que crece silenciosamente y en privado en el país, según los conocedores de los chats y sitios de encuentro.
–La mayoría de los que vienen son casados, con hijos, de 25 a 40 años y algunos de más también. Gente de clase media alta. Generalmente vuelven cada tanto –cuenta Claudia.
En uno de los placares de este departamento de tres ambientes cuelgan decenas de vestidos: algunos más atorrantes y otros más formales, de talles grandes, con brillo, pero también con colores más tranquilos; los hay estampados, y lisos. Tiene estantes repletos de botas de colores estridentes, con diseños jugados, zapatos estilettos, entre el 43 y el 45 –talla de hombres–. Toda una inversión, aclara, porque han sido hechos a pedido. No es fácil encontrar ese tamaño en zapaterías de mujer y más difícil esos modelos en zapaterías de hombres.
En uno de los cuartos hay un espejo colgado de la pared con media docena de luces, como si se tratara del camarín de una estrella, frente al cual Mónica se encarga de maquillar al CD de turno. Se ven varias pelucas: rubias, morochas, pelirrojas, castañas.
–El maquillaje es profesional –dice ella. Le doy ropa, lo dejo solo, lo maquillo. La idea es que se cambie de ropa, se vaya probando diferentes pelucas, se vea frente al espejo y después se va como entró.
Las cremas demaquillantes no dejan rastros de la transformación pasajera.
Y nadie se entera, más que la amable anfitriona, que es cómplice discreta de este juego.
–Para ellos es como un hobbie. Les gustan tanto las mujeres, con toda su fisonomía, que por un ratito les gusta desarrollar esta fantasía de usar vestidos, tacos, pintarse... Hay gente que le gusta vestirse como una prostituta, otra verse como una mujer elegante.
La diversión se extiende por unas dos horas y cuesta 100 pesos.
–No ofrezco contacto sexual –deja en claro. Una vez por mes organiza reuniones para que los CD que quieran se conozcan entre sí. La última fiesta fue el 15 de febrero, ahí en el departamento de La Paternal.
–Algunos necesitan socializar, mostrarse.
Con este negocio, Claudia cuenta que empezó en tiempos de la crisis del 2001/2002, cuando se quedó sin trabajo como redactora en una empresa que generaba informes comerciales. Pero nota que en el último año la clientela fue creciendo, a partir de la difusión en la web del mundo de las CD. Dice que por día le llegan entre 5 y 6 llamados telefónicos o emails, para consultarla y entre los correos electrónicos, gran cantidad -–asegura– proviene de otros países de Latinoamérica, desde donde se lamentan de que La Paternal esté tan lejos y no encuentren un servicio para “montarse” por un rato más cerca de sus casas. Los que se hayan quedado con curiosidad pueden visitar el sitio de Claudia en www.crossdressingbsas.com.ar, y si la curiosidad persiste, no tienen más que concertar con ella una cita. Reserva garantizada, dice.
Ponete una tanguita
En su indagación sobre el mundo de las CD, Figari se encontró con el testimonio de Luli. Ella prefirió escribir sus vivencias. Hablarlo le resultaba infranqueable. Y escribió: “Una realidad de las crossdresser es la de su doble identidad. A diferencia de las travestis que han decidido vivir como mujeres, las cross, al igual que Batman (permítanme esta comparación graciosa) tenemos dos vidas. Nuestra habitual vida como varones (¿Brunos Díaz? Jaja) y nuestra cuasi secreta vida de mujeres (¿eres tú Batman?). Obviamente todo esto sin que tenga que ver para nada nuestra orientación sexual (seas homo, hetero o bisexual). Desde luego que éste es un mal de nuestra cultura, que discrimina lo diferente. Imagínense la posibilidad de ir algunos días a mi trabajo vestido de varón y otros vestida de mujer y pintada, según fuera mi ánimo de ese día que es como a mí personalmente me pasa. Suena raro, ¿no?”, se despacha Luli.
En los sitios de encuentro de Internet como www.contactos sex.com, muchos varones, heterosexuales, de los que se dicen casados o en pareja con una mujer, caen rendidos ante un anuncio de una CD. Gabriel puede dar cuenta de esta atracción fatal. Vive en el barrio porteño de San Telmo. Tiene una carrera universitaria. De lunes a viernes trabaja en una ONG en la promoción de los derechos de la infancia. Los fines de semana se “monta” como una provocativa CD, con aires de prostituta: tanguita, portaligas, tacones, peluca, maquillaje. El proceso de transformación le lleva una hora y media de producción, le cuenta a Página/12. Lo que más trabajo le da es ocultar bajo una base espesa de maquillaje la sombra del bigote, que aunque lo afeita obsesivamente igual que el resto del rostro, no deja a veces de traicionarlo. Después, pondrá un poco de polvo volátil y delineará con esmero los ojos. Lo aprendió con la práctica. Al principio –se ríe con el recuerdo– se pintaba con colorete por toda la cara y terminaba pareciendo más un payaso que una femme fatal. La producción demanda que tenga que depilarse periódicamente piernas, axilas, brazos y pecho. Está pensando en una depilación definitiva.
“Hola, busco heteros y machos, sólo activos. Si tenés ganas de conocer a una chica cross dresser ‘viciosa en la cama’ no lo dudes”, dice su anuncio en la página argentina de contactossex.com. Gabriel –en realidad su nombre es otro, y prefiere no dar a conocer su apellido– tiene 35 años y se define como gay desde los 16. Experimenta como CD desde hace unos cinco años, calcula. Es su forma de conseguir heterosexuales, admite, que es el tipo de hombre que le atrae. Y los consigue. Uno de ellos, dice, fue una especie de mentor suyo: en el cruce de correos de levante, después de ver una foto de las nalgas redondeadas y turgentes de Gabriel, le pedía insistentemente que se pusiera una tanguita. Hasta ese momento a él ni se le había ocurrido.
–Fue un poco mi formador. Es un heterosexual, divorciado, con hijas, activo. Busca solo travestis y crossdressers. Creo que las CD venimos a cumplir el lugar que antes ocupaba la prostituta. Estos tipos desean mujeres. El me pedía una tanguita y que me pusiera peluca. Me decía, si te ponés la peluca voy a verte. Y entonces, fui a un cotillón y me compré una colorada, pero parecía un payaso. La “truqué” un poquito, le hice un flequillo, y me puse un poco de maquillaje. No sabía pintarme.
Lu –ése es el nombre de CD de Gabriel– recibe en su departamento reciclado y moderno de San Telmo. La privacidad y la discrecionalidad son condiciones indispensables de los dos lados. No cobra, aunque algunos amigos se lo han sugerido. Lo suyo no es un trabajo.
–Muchos de los hombres que vienen me dicen que es la primera vez que están con una CD. Tal vez es parte del juego... Te aclaran: mirá que no me doy vuelta, por favor, discreción y no me llames.
A Gabriel o mejor dicho a Lu, le gusta la idea de pensarse como una “justiciera”.
–¿A qué te referís? –le pregunta esta cronista, confundida.
–Vulnerabilizo esa idea del macho total. Soy feminista, trabajé en temas de género y veo ahora cómo varones bien machos vienen conmigo y finalmente se acuestan con otro hombre, aunque esté montado como una prosti.
Ahora, por primera vez, Lu está enganchado afectivamente con uno de ellos, que vive en el interior –donde tiene su novia– y por trabajo viaja a Buenos Aires cada 15 días, momento en el que se encuentran.
Una vueltita por el Rosedal
Entre los testimonios que recolectó a través de su investigación de los últimos años hay uno que refiere a una reunión de varones, un asado nocturno, donde ellos van sin sus mujeres. Primero las charlas de rigor, fútbol y minas; después de la cena, cuando ya ha corrido bastante alcohol, el dueño de casa busca en el garaje –como ritual– un arcón lleno de ropajes femeninos, con los que los invitados se disfrazan, bailan y juegan, y en el juego, hay roces y manoseos entre ellos (ver aparte). “Prima facie –analiza Figari– esta escena parece una modalidad de vivencia crossdressing. No obstante, aunque pueda existir alguna fascinación particular en el uso de las prendas femeninas, la dinámica de la situación, entre el grotesco y el juego, supone un grado de acercamiento físico entre hombres más que un disfrute específico desde la feminización de las actitudes y comportamientos.” Las prendas femeninas, el juego del crossdressing, el contexto de fiesta y mucho alcohol, actúan a modo de camuflaje y disculpa, facilitando y habilitando el contacto físico, el toqueteo y hasta mucho más, dice el investigador del Gino Germani. Y continúa: “En muchas fiestas de hombres, donde el alcohol u otras sustancias entran en juego, lo erótico aparece en una modalidad muy especial de roces, exhibicionismo, toque y acercamientos. El grotesco se convierte en una excusa, la payasada o la imitación burlesca en un camuflaje para burlar las defensas del acercamiento erótico entre varones heterosexuales. El alcohol tiene en todo esto dos funciones específicas. La primera es la liberación de represiones, por eso en Brasil existe un proverbio muy común que reza: ‘cu de bebêdo nao tem dono” (culo de borracho no tiene dueño). La segunda, que el alcohol supone y habilita para el olvido. Después, al otro día, se supone, nunca se sabrá lo que pasó”.
Una vuelta por el Rosedal
Dentro de la clasificación de hetero “flexible” o “con privilegios”, como los describe Figari, no se escapa una gran proporción de los que salen o tiene sexo con chicas travestis. También son varones que viven en pareja con una mujer, pero de tanto en tanto incursionan con las trans. Lo dicen las mismas chicas que trabajan en el Rosedal de Palermo.
–La mayoría de los que vienen con nosotras salen de la oficina y antes de volver a su casa, con su esposa y sus hijos o con su novia, nos ven. Son heterosexuales que ven en nosotras un cuerpo de mujer. Nunca tuvieron relaciones homosexuales. Simplemente buscan una relación anal o bucal, pero siempre viendo una imagen de mujer, sus senos, sus caderas. También tenemos clientes bisexuales pero es difícil que se asuman como tales –analiza el mercado una de las líderes de la ronda del lago de Palermo, Marcela Romero, coordinadora de la Attta, Asociación de Travestis, Transexuales y Transgénero Argentina. Rubia, alta, de senos y caderas prominentes, Marcela tiene 40 años y es trabajadora sexual desde hace 20. Su conversión en persona trans la inició a los 16 años.
En la búsqueda de relaciones más allá de la paga, ellas, las trans, también buscan “hombres que sean masculinos”, dice Marcela. Y los encuentran, asegura. Se los puede ver, apunta Figari, en las pistas de los boliches mix o gay un sábado por la noche. A los novios de las travestis les dicen “garrones”.
El psiquiatra y sexólogo clínico Adrián Sapetti acuerda con la descripción de esta nueva tribu que forman varones heterosexuales que salen del formato tradicional del sexo con mujeres. “No se consideran tipos de vida gay, están de novios o casados con una mujer, pero tienen sus aventuras amorosas con otros hombres, o invitan a reuniones a travestis, por ejemplo a despedidas de solteros, o tienen fantasías de hacerse penetrar por sus mujeres y les piden que lo hagan con objetos, falos, juguetes sexuales. No tienen conflictos con su identidad sexual, diría que son heterosexuales ‘light’ o ‘permisivos’”, señala Sapetti, presidente de la Sociedad Argentina de Sexología Humana (SASH). León Gindín, médico, fundador y director del Cetis (Centro de Educación, Terapia e Investigación en Sexualidad) celebra esta apertura. “La sociedad por suerte ha cambiado. Antes eras homo o hetero. Ahora están los ni”, agrega Gindín. “Puede ser que tenga que ver con la búsqueda de nuevos encuentros o con el hecho de decir: ‘Soy valiente, me animo a que otro hombre me dé un piquito o me la chupe’. Lo asimilaría a lo que Freud en sus Tres Ensayos y una Teoría Sexual hablaba como ‘homosexual ocasional’, aquel que estaba en una cárcel o un cuartel y tenía una experiencia homosexual, pero cuando salía de esos ámbitos se olvidaba.”
Algunos testimonios que forman parte de la investigación de Figari dan cuenta de cómo viven estas experiencias:
Dijo Marcelo, en un sexclub: “Yo amo y soy fiel a mi mujer. Me encanta como mina y es la madre de mis hijos. Le soy completamente fiel. Nunca la engañé... con una mina. Ahora, los hombres son otra cosa. Con hombres es por puro placer, me gusta la variedad. Me encanta que me vean hacerlo y hacerlo con varios a la vez”. Dijo Alejandro, un tanto perturbado: “A mi novia la amo y con ella siento placer. Nunca la engañé con otra mina. Esto de los tipos es absolutamente nuevo. Pero cómo te explico... con ellos no es verdaderamente placer, es sólo un juego”.
–¿Son en sí heterosexuales que tiene experiencias con otros varones o son ya otra cosa, en el sentido de construir otra identidad? –le preguntó Página/12 a Figari.
–¿Eso realmente importa? Lo que debería primar en cualquier análisis de prácticas y experiencias sexuales es la autodefinición y la vivencia del sujeto en cuestión más allá de cualquier categoría como son las sexualidades heterosexuales o inclusive las periféricas. La heterosexualidad incluye también entre sus posibles comportamientos actos de los considerados homosexuales y también prácticas con “mujeres de sexo masculino” o travestis, sin que esto signifique “ser otra cosa”.