Por: Mauricio Rubio
En los años cuarenta un científico checoslovaco, Knut Freund, fue contratado por el ejército para detectar a quienes se declaraban homosexuales como falsa excusa para no prestar el servicio militar.
Freund diseñó lo que se conocería luego como pletismógrafo de pene. Se trata de un artefacto para medir los flujos sanguíneos del órgano de un hombre expuesto a estímulos sexuales, registrando la intensidad de su excitación ante imágenes o sonidos evocadores.
A pesar de ser menos redundante, la versión femenina del aparato tardaría varias décadas. Un inventor americano pensó que con un sensor de presión sanguínea y otro de actividad muscular en un consolador conectado a un receptor también se podría medir la excitación corporal femenina. Nació entonces el pletismógrafo vaginal.
Quienes trabajan con estos aparatos llaman excitación objetiva a la que se registra allá abajo. La subjetiva es la que, paralelamente, va manifestando quien recibe los estímulos eróticos. Un poco como quien juega a frío, frío, tibio, caliente, tibio, caliente, muy caliente.
Radicado luego en Norteamérica, Freund terminó siendo una autoridad en homosexualidad y pedofilia. Una de sus alumnas, Meredith Chivers, es la más conocida dentro del grupo de sexólogas que con esta tecnología están revolcando la disciplina.
Un hallazgo importante de Chivers ha sido que para las mujeres la coordinación entre la excitación subjetiva y la objetiva es mucho menor que para los hombres. En los experimentos, las mentes femeninas van por un lado y, según los aparatos, los genitales van por otro. Los hombres son más escuetos. Los que dicen ser heterosexuales se excitan con parejas mixtas, lesbianas o mujeres desnudas, pero no los alteran las escenas de gays. Con los homosexuales ocurre al revés. En ambos casos, lo que registra el pletismógrafo coincide con lo que los sujetos manifiestan, desde frío hasta supercaliente. Con las mujeres, y en forma independiente de la orientación sexual declarada, el medidor se activa ante casi cualquier escena de pareja sin que eso siempre corresponda a lo que ellas dicen sentir. Sobre todo en las heterosexuales, un registro de excitación objetiva intensa allá abajo puede darse con una percepción de “no está pasando nada, frío, frío”.
Las investigaciones de la Chivers buscan responder una pregunta simple: ¿qué es lo que quieren las mujeres? Paradójicamente, esta vieja inquietud resurgió con el hallazgo del Viagra. La dificultad de encontrar un fármaco equivalente para mujeres ha hecho evidente la ignorancia que existe sobre los determinantes del deseo femenino.
Por lo pronto, dicen Chivers y sus colegas, resulta indispensable superar la noción de que la sexualidad de la mujer es como la del hombre pero más reprimida. Los experimentos muestran que las ganas masculinas son simples, predecibles, casi corporales. Por eso sus fallas se arreglan con un artificio mecánico, como quien infla una llanta. El deseo femenino es complejo y está más mediado por el cerebro y el ambiente. En lugar de un burdo interruptor que se prende ante los estímulos se trata de un sofisticado tablero de control que toca saber manejar.
*Mauricio Rubio
http://www.elespectador.com/opinion/columna-394897-sexologia-experimental-medir-excitacion