Atualizado: 17 maio, 2011
Equipe Atenas
DIA 18 DE MAIO MARCA O DIA NACIONAL DE COMBATE AO ABUSO E EXPLORAÇÃO SEXUAL DE CRIANÇAS E ADOLESCENTES
Dia 18 de maio marca o enfrentamento da violência sexual
Mais de 66 mil denúncias de violência sexual contra crianças e adolescentes, em quase oito anos de funcionamento do serviço Disque 100, foram registradas no Brasil até março de 2011. A maioria das vítimas é do sexo feminino. Os dados, da Secretaria de Direitos Humanos da Presidência da República, foram divulgados pelo Comitê Nacional de Enfrentamento à Violência Sexual contra Crianças e Adolescentes. Nesta semana, uma série de atividades de mobilização reforçam a campanha permanente de combate a esse tipo de violação de direitos.
O 18 de maio marca o Dia Nacional de Combate ao Abuso e Exploração Sexual de Crianças e Adolescentes. A data foi escolhida como símbolo da luta pelos direitos de crianças e adolescentes, em lembrança ao sequestro da menina Araceli Cabrera Sanches, estuprada e assassinada aos 8 anos de idade, em 18 de maio de 1973, em Vitória. O corpo foi encontrado seis dias depois, completamente desfigurado e com sinais de abuso sexual. Os responsáveis pelo crime não foram responsabilizados.
Prêmio Neide Castanha – A principal atividade de mobilização será quarta-feira. No Palácio do Planalto, às 14h, haverá a entrega do Prêmio Neide Castanha, criado para homenagear a assistente social mineira que morreu em janeiro de 2010. Ela atuava em favor dos direitos de crianças e adolescentes e esteve à frente do comitê de enfrentamento à violência sexual. Serão premiadas boas práticas, produção de conhecimento, cidadania, protagonismo de crianças e adolescentes e responsabilidade social.
Disque Direitos Humanos – O Disque 100 é um serviço gratuito e funciona 24 horas por dia. A identidade de quem denuncia a violação de direitos contra crianças e adolescentes é preservada. Denúncias também podem ser feitas pelo portal http://www.disque100.gov.br ou pelo endereço eletrônico disquedenuncia@sedh.gov.br. Para quem participa das redes sociais, como o Facebook, também pode fazer parte das atividades de mobilização da campanha, utilizando avatares em suas fotos ou mencionando a tag #façabonito.
http://www.atenasonline.com.br/guia/dia-18-de-maio-marca-o-dia-nacional-de-combate-ao-abuso-e-exploracao-sexual-de-criancas-e-adolescentes/?utm_source=feedburner&utm_medium=twitter&utm_campaign=Feed%3A+atenasonline+%28A.T.E.N.A.S%29&utm_content=Twitter
terça-feira, 17 de maio de 2011
La directora de un hospital psiquiátrico ruso manifiesta que la homosexualidad es una desviación
La directora de un hospital psiquiátrico ruso manifiesta que la homosexualidad es una desviación
Por Alexander Rocha
Una importante figura de un centro psiquiátrico del país ha manifestado a los medios de comunicación que la homosexualidad es una "desviación sexual", catalogándola como "anormal", manifestando que no existen tratamientos para la misma.
Stupina Olga, la directora del hospital psiquiátrico de la ciudad rusa Chitá, con 308.000 habitantes, se ha posicionado en contra de la homosexualidad.
La autoridad médica declaró, durante el transcurso de una entrevista en un portal digital del país, que la homosexualidad es una "desviación sexual anormal", manifestando que es una de las "parafilias atípicas", situándola en el mismo rango que la zoofilia o la necrofilia.
Olga también calificó a la homosexualidad de "anormal" expresó que aún no existen 'tratamientos' para dicha orientación sexual.
La directora se une, con dichas declaraciones, a otras autoridades médicas del país que ya han mostrado su visión homófoba de la sexualidad, a pesar de que desde el año 1999 el país ha dejado de reconocer la homosexualidad como una enfermedad.
http://noticias.universogay.com/la-directora-de-un-hospital-psiquiatrico-ruso-manifiesta-que-la-homosexualidad-es-una-desviacion__16052011.html
Por Alexander Rocha
Una importante figura de un centro psiquiátrico del país ha manifestado a los medios de comunicación que la homosexualidad es una "desviación sexual", catalogándola como "anormal", manifestando que no existen tratamientos para la misma.
Stupina Olga, la directora del hospital psiquiátrico de la ciudad rusa Chitá, con 308.000 habitantes, se ha posicionado en contra de la homosexualidad.
La autoridad médica declaró, durante el transcurso de una entrevista en un portal digital del país, que la homosexualidad es una "desviación sexual anormal", manifestando que es una de las "parafilias atípicas", situándola en el mismo rango que la zoofilia o la necrofilia.
Olga también calificó a la homosexualidad de "anormal" expresó que aún no existen 'tratamientos' para dicha orientación sexual.
La directora se une, con dichas declaraciones, a otras autoridades médicas del país que ya han mostrado su visión homófoba de la sexualidad, a pesar de que desde el año 1999 el país ha dejado de reconocer la homosexualidad como una enfermedad.
http://noticias.universogay.com/la-directora-de-un-hospital-psiquiatrico-ruso-manifiesta-que-la-homosexualidad-es-una-desviacion__16052011.html
El pecado original, la sodomía, la ostentación de la erección, la zoofilia y muchas cosas más no son un invento de nuestros días
El pecado original, la sodomía, la ostentación de la erección, la zoofilia y muchas cosas más no son un invento de nuestros días
Eros y Cronos: el sexo en la Historia
Por Ignacio Monzón, 02 de febrero de 2011
Representación escena sexual
El sexo vende, el sexo gusta, el sexo es controvertido, causa placer, dolor, dependencia, vergüenza y mil cosas más, pero lo que todos reconocerán es que es un tema universal en el tiempo y el espacio. Asunto tratado ampliamente por médicos y psicólogos, también es fundamental en las no menos nobles artes de la antropología y la historia. El problema es que numerosos tabúes, hijos de mentalidades, tanto religiosas como de otras naturalezas, han lastrado el estudio serio y riguroso –algo que un tema como este merece con justicia– de la sexualidad.
Es un hecho más que evidente que la concepción de las relaciones carnales nos dice mucho acerca de la mentalidad de una sociedad y de sus necesidades. La valoración moral de los actos sexuales, las edades a las que se permiten, los ritos relacionados y hasta la trascendencia espiritual, son solamente algunos de los aspectos que se suelen tratar cuando uno aborda este tema. Además es una demostración de que el ser humano es algo más que pura biología. A sus impulsos naturales hay que sumar un sinnúmero de condicionantes en función del devenir de sus sociedades, economías, desarrollo cultural, etc.
¿Y por qué cada vez hay más interés por los temas sexuales? Como siempre, la respuesta no puede circunscribirse a una sola razón, pues nuestra realidad no tiene nada de simple. Además de esta verdad, que a algunos les cuesta asimilar si es que lo hacen, la liberalización de la cultura y la concepción del sexo como algo en absoluto frívolo, han permitido que el juicio sobre su estudio comience a valorarlo en su justa medida. Aún así, sólo a partir del siglo XX los trabajos que versan sobre el mundo del sexo han sido abordados por auténticos especialistas. Incluso el mero hecho de mostrar cuerpos desnudos en el arte ha sido motivos de polémica, ocasionando algunos castos y pudorosos “retoques”.
El buen lector no tiene más que echar un vistazo a algunas esculturas antiguas –casi todas copias romanas de originales helenos– a las que se colocaron unas hojitas en las zonas más privadas de la anatomía masculina. En la Capilla Sixtina, los frescos del techo del maestro Miguel Ángel Buonarroti, también sufrieron la cubrición de los genitales por medio de pinturas posteriores. Y así, durante siglos, el desnudo fue algo hermoso pero de cierto peligro a la vez por los instintos que se pensaba que podían despertar.
Censurar los actos carnales, aparte de ser un mero prejuicio de religiones o políticas determinadas, ha podido ser una efectiva manera de controlar el crecimiento de la población. Es un hecho más que demostrado, gracias a la antropología y a la estadística, que un aumento de la natalidad por encima del 4% anual habría llevado a los primeros grupos humanos al borde de la extinción. Básicamente, con las fuentes de aprovisionamiento de las primeras fases de la humanidad –recolección, caza, pesca y carroñeo–, no era suficiente. Hasta con las mejoras que supuso el conocimiento de ciertos procesos de la naturaleza, la ganadería y la agricultura, siempre existían momentos de carestía que ocasionaban no pocos problemas.
Autores antiguos como Diodoro Sículo, Estrabón o Tito Livio, nos hablan de pueblos como los celtíberos o los samnitas que cuando sufrían una merma en sus recursos veían como parte de su población –generalmente hombres jóvenes– se dedicaban al bandidaje y a la rapiña. Buena parte de la actividad de los vikingos, con sus pillajes y sus saqueos fue producto de la pobreza. Visto así, puede pensarse que el sexo sin control podía llevar al hambre y éste a su hermana: la guerra.
Sin duda alguna, el conocimiento de ciertos procesos biológicos, como los periodos de menstruación femeninos o la eyaculación masculina, llegó muy pronto a la sabiduría popular, pero esto no se percibió de una manera científica y directa sino a través de metáforas y significados trascendentes. Que una mujer expulsara sangre todos los meses era una señal de algo, tanto bueno –demuestra la fertilidad y por tanto el inicio de un nuevo periodo en la vida femenina– como malo –creencias como las de algunos pueblos hacían de esto un símbolo de la impureza y de inferioridad moral, pues era un castigo–. El semen masculino, por otro lado, era un fluido fertilizante que encerraba una especie de “chispa vital” o energía de la creación y se ejemplificaba con las semillas, de donde surgía la vida. Los famosos ciclos lunares, igualmente, eran la demostración patente de que la sexualidad estaba relacionada con el orden del Universo.
Ni que decir tiene que, como aseguraban en una gran producción cinematográfica, “El león en invierno”, la función del sexo era forjar alianzas. El matrimonio, esto es, la legalización de las relaciones sexuales –aunque abarcaba más aspectos– en un determinado lugar y cultura, acercaba con los lazos de la sangre a diferentes grupos de población. Por ello no hace falta exprimir mucho la memoria para encontrar ejemplos de estos matrimonios concertados y la necesidad de que fructificaran en una descendencia sana y mínimamente capaz. Parece mentira si se repara en ello pero el sexo era un arma diplomática. Y si continuamos con este hilo argumental podemos sacar más cosas en claro. Ya desde los días de las primeras “poleis” el matrimonio, como una búsqueda de una procreación “legal” y controlada, se perfilaba como una auténtica obligación moral. Los hombres y mujeres suministraban, de esta forma, nuevos ciudadanos al Estado, siempre necesitado de mano de obra. En el mundo romano se creó tal necesidad que el emperador Augusto llegó a legislar a favor de la natalidad y penalizaba fiscalmente a aquellos caballeros que preferían una vida fuera de las obligaciones familiares –sin que ello acabara con su vida sexual, no obstante–.
El pecado original de la tradición cristiana, la sodomía, la ostentación de la erección, la zoofilia y muchas cosas más no son un invento de nuestros días. Son fruto de un devenir, no siempre afortunado, de las relaciones humanas. “El Reservado” os invita a conocer un poco más de cómo se concebía esta faceta tan básica de la existencia humana.
http://www.elreservado.es/news/view/262-el-sexo-en-la-historia-seriales-historia/923-eros-y-cronos-el-sexo-en-la-historia
Eros y Cronos: el sexo en la Historia
Por Ignacio Monzón, 02 de febrero de 2011
Representación escena sexual
El sexo vende, el sexo gusta, el sexo es controvertido, causa placer, dolor, dependencia, vergüenza y mil cosas más, pero lo que todos reconocerán es que es un tema universal en el tiempo y el espacio. Asunto tratado ampliamente por médicos y psicólogos, también es fundamental en las no menos nobles artes de la antropología y la historia. El problema es que numerosos tabúes, hijos de mentalidades, tanto religiosas como de otras naturalezas, han lastrado el estudio serio y riguroso –algo que un tema como este merece con justicia– de la sexualidad.
Es un hecho más que evidente que la concepción de las relaciones carnales nos dice mucho acerca de la mentalidad de una sociedad y de sus necesidades. La valoración moral de los actos sexuales, las edades a las que se permiten, los ritos relacionados y hasta la trascendencia espiritual, son solamente algunos de los aspectos que se suelen tratar cuando uno aborda este tema. Además es una demostración de que el ser humano es algo más que pura biología. A sus impulsos naturales hay que sumar un sinnúmero de condicionantes en función del devenir de sus sociedades, economías, desarrollo cultural, etc.
¿Y por qué cada vez hay más interés por los temas sexuales? Como siempre, la respuesta no puede circunscribirse a una sola razón, pues nuestra realidad no tiene nada de simple. Además de esta verdad, que a algunos les cuesta asimilar si es que lo hacen, la liberalización de la cultura y la concepción del sexo como algo en absoluto frívolo, han permitido que el juicio sobre su estudio comience a valorarlo en su justa medida. Aún así, sólo a partir del siglo XX los trabajos que versan sobre el mundo del sexo han sido abordados por auténticos especialistas. Incluso el mero hecho de mostrar cuerpos desnudos en el arte ha sido motivos de polémica, ocasionando algunos castos y pudorosos “retoques”.
El buen lector no tiene más que echar un vistazo a algunas esculturas antiguas –casi todas copias romanas de originales helenos– a las que se colocaron unas hojitas en las zonas más privadas de la anatomía masculina. En la Capilla Sixtina, los frescos del techo del maestro Miguel Ángel Buonarroti, también sufrieron la cubrición de los genitales por medio de pinturas posteriores. Y así, durante siglos, el desnudo fue algo hermoso pero de cierto peligro a la vez por los instintos que se pensaba que podían despertar.
Censurar los actos carnales, aparte de ser un mero prejuicio de religiones o políticas determinadas, ha podido ser una efectiva manera de controlar el crecimiento de la población. Es un hecho más que demostrado, gracias a la antropología y a la estadística, que un aumento de la natalidad por encima del 4% anual habría llevado a los primeros grupos humanos al borde de la extinción. Básicamente, con las fuentes de aprovisionamiento de las primeras fases de la humanidad –recolección, caza, pesca y carroñeo–, no era suficiente. Hasta con las mejoras que supuso el conocimiento de ciertos procesos de la naturaleza, la ganadería y la agricultura, siempre existían momentos de carestía que ocasionaban no pocos problemas.
Autores antiguos como Diodoro Sículo, Estrabón o Tito Livio, nos hablan de pueblos como los celtíberos o los samnitas que cuando sufrían una merma en sus recursos veían como parte de su población –generalmente hombres jóvenes– se dedicaban al bandidaje y a la rapiña. Buena parte de la actividad de los vikingos, con sus pillajes y sus saqueos fue producto de la pobreza. Visto así, puede pensarse que el sexo sin control podía llevar al hambre y éste a su hermana: la guerra.
Sin duda alguna, el conocimiento de ciertos procesos biológicos, como los periodos de menstruación femeninos o la eyaculación masculina, llegó muy pronto a la sabiduría popular, pero esto no se percibió de una manera científica y directa sino a través de metáforas y significados trascendentes. Que una mujer expulsara sangre todos los meses era una señal de algo, tanto bueno –demuestra la fertilidad y por tanto el inicio de un nuevo periodo en la vida femenina– como malo –creencias como las de algunos pueblos hacían de esto un símbolo de la impureza y de inferioridad moral, pues era un castigo–. El semen masculino, por otro lado, era un fluido fertilizante que encerraba una especie de “chispa vital” o energía de la creación y se ejemplificaba con las semillas, de donde surgía la vida. Los famosos ciclos lunares, igualmente, eran la demostración patente de que la sexualidad estaba relacionada con el orden del Universo.
Ni que decir tiene que, como aseguraban en una gran producción cinematográfica, “El león en invierno”, la función del sexo era forjar alianzas. El matrimonio, esto es, la legalización de las relaciones sexuales –aunque abarcaba más aspectos– en un determinado lugar y cultura, acercaba con los lazos de la sangre a diferentes grupos de población. Por ello no hace falta exprimir mucho la memoria para encontrar ejemplos de estos matrimonios concertados y la necesidad de que fructificaran en una descendencia sana y mínimamente capaz. Parece mentira si se repara en ello pero el sexo era un arma diplomática. Y si continuamos con este hilo argumental podemos sacar más cosas en claro. Ya desde los días de las primeras “poleis” el matrimonio, como una búsqueda de una procreación “legal” y controlada, se perfilaba como una auténtica obligación moral. Los hombres y mujeres suministraban, de esta forma, nuevos ciudadanos al Estado, siempre necesitado de mano de obra. En el mundo romano se creó tal necesidad que el emperador Augusto llegó a legislar a favor de la natalidad y penalizaba fiscalmente a aquellos caballeros que preferían una vida fuera de las obligaciones familiares –sin que ello acabara con su vida sexual, no obstante–.
El pecado original de la tradición cristiana, la sodomía, la ostentación de la erección, la zoofilia y muchas cosas más no son un invento de nuestros días. Son fruto de un devenir, no siempre afortunado, de las relaciones humanas. “El Reservado” os invita a conocer un poco más de cómo se concebía esta faceta tan básica de la existencia humana.
http://www.elreservado.es/news/view/262-el-sexo-en-la-historia-seriales-historia/923-eros-y-cronos-el-sexo-en-la-historia
La prostitución de hombres y mujeres a cambio de comida
El kamasutra milenario
La prostitución de hombres y mujeres a cambio de comida
Por Ignacio Monzón, 04 de abril de 2011
Los dioses practicaban el sexo como una forma de poblar el universo con más entidades superiores y cuando se emparejaban con los mortales producían individuos singulares que servían como agentes suyos en el mundo mortal. Es más que evidente que los mortales también disfrutaron de las relaciones carnales, pero posiblemente incluyendo una dimensión más lúdica e intrascendente.
Una de las evidencias para conocer algo de la mentalidad sobre el sexo en este sentido es el de la aparición de la prostitución en las primeras civilizaciones. El llamado “oficio más antiguo del mundo” si realmente no lo es, desde luego se encuentra entre los más añejos que ha ejercido la Humanidad, tanto en el caso femenino como en el masculino. Gracias a la documentación que ha sobrevivido de la antigua Sumeria sabemos que en las ciudades existían mujeres y hombres que intercambiaban sus favores por comida u otros productos y que recibían los nombres de “las que hacen la calle” o “las que hacen los muelles” en el caso femenino, unos apelativos bastante contemporáneos.
Pero quizá lo que más ha llamado la atención por parte de la comunidad de especialistas ha sido la existencia de otro tipo de servicio que poseía una protección de los dioses: la llamada “prostitución sagrada”. Más que un tipo único se trataría de una realidad heterogénea mal catalogada por griegos y romanos que incluiría prácticas sexuales vinculadas de forma oficial con los templos y potencias celestes. Heródoto (I, 199) recogía que en su viaje a Babilonia había contemplado un acto que le había llamado poderosamente la atención desde su perspectiva helénica. En el templo de Isthar –una versión de la Innana sumeria- las mujeres que deseaban casarse se sentaban en las escaleras y debían esperar a que un hombre les diera dinero. En ese momento debía yacer con el individuo y ofrecer el dinero a la divinidad. Con esto la mujer ya podía casarse, regresando a su casa con toda su honra al haber ofrecido su virginidad a la diosa.
Este pasaje generó y en ocasiones todavía lo hace, ríos de tinta acerca de las posibles interpretaciones. Desde un error del historiador a una deformación intencionada para hacer ver a los babilonios como seres depravados y algunas ideas más son las que se han barajado para explicar esta extraña mención. Una posibilidad muy sólida es que fuera un acto “escenificado” donde el futuro marido fuese el hombre que ofrecía el dinero. Al fin y al cabo todo se hacía en el recinto sagrado del templo, como los matrimonios religiosos actualmente se hacen en las iglesias o sinagogas. El mismo ofrecimiento del dinero a la patrona del templo sería una acción de gracias o una petición de felicidad y prosperidad, obteniendo la sanción del acto por parte de Ishtar. Otro posible significado de semejante costumbre sería el llamado “primer desvirgamiento”, una costumbre semita, al menos documentada en la zona de Canaan, donde los huéspedes, siempre ajenos a la familia, tendrían el derecho –y casi el deber- de disfrutar de los favores de las mujeres de la casa donde se hospedase. En ciertos pasajes bíblicos (Ier 5,7; 4,30; cfr. Gen 34,31; 38,15-21; los cap. 2 y ss.) esta costumbre de “hospitalidad sexual” sería extensible a las poblaciones hebreas.
El llamado “sexo sagrado” en los templos aparece en menciones de Estrabón (XVI, 1, 20) o Justino “(Epítome”, XVIII, 5, 4), éste último refiriéndose a la costumbre de la prestación de estos servicios en la isla de Chipre por parte de mujeres que se vinculaban a Afrodita cíprica –curiosamente la diosa había nacido en sus aguas recibiendo el nombre de Cipris-. Luciano de Samosata, en su “Dea Syria” (6) nos informa de que en la ciudad fenicia de Biblos existía esta prestación femenina pero como una suerte de “multa” o castigo para las mujeres que no se rapaban la cabeza en la fiesta de Adonis. Lo cierto es que todo lo relacionado con este tema de la “prostitución sagrada” sigue siendo debatido y estudiado pues parece comprender realidades muy diferentes que en general se alejan del mero comercio sexual.
Y, quitando a las prostitutas “civiles”, ¿existen más posibles menciones de "sexo por placer”? Eso es lo que han pensado algunos egiptólogos ante la existencia de pequeños elementos como figuras de marcado carácter erótico o pinturas de bailarinas desnudas. Aparecidas en contextos muy variados nos dejan bien claro que el gusto de los habitantes de la tierra del Nilo no era ajeno a los atractivos carnales. De hecho incluso conocemos algunos de los clichés relacionados con el atractivo sexual. En una cultura en la que, por razones de higiene, hombres y mujeres se rapaban la cabeza, el empleo de pelucas tenía un enorme componente erótico. Que una mujer se pusiera su postizo capilar indicaba que se estaba “poniendo guapa”, hablando en plata, y por tanto que podía desear ciertos tratos carnales. Los vestidos vaporosos y aparentemente transparentes que aparecen en pinturas del Reino Nuevo, dejan muy claro que no tenían prejuicios a la hora de mostrar su cuerpo.
En algunas tumbas de personajes notables se constatan estas figuras femeninas que dejan entrever sus formas o incluso mujeres completamente desnudas tocando instrumentos o bailando. La aparición de figuritas realizando el acto sexual, a veces con los genitales completamente exagerados, son hilarantes, pero no por ello deben ser ignoradas. Son testimonio de una posible dimensión desenfadada de la sexualidad pero no significaba por ello que fuera menos importante. Existe, además, un testimonio muy claro sobre las posibilidades sexuales de los egipcios que ha levantado una cierta polémica sobre su significado: el Papiro Erótico de Turín. A pesar de estar fragmentado, este documento del siglo XII a. C., en la XX Dinastía, muestra una serie de escenas donde un curioso personaje masculino, dotado de un falo desproporcionadamente grande, copula con una mujer en múltiples posturas.
A pesar de que se ha querido ver una cierta trascendencia en el trabajo, no son pocos los que lo han calificado como el “kamasutra” de la Antigüedad, 1.400 o 1.700 años anterior al texto indio. Sería por tanto una especie de manual erótico con todas las posturas que podrían practicarse para disfrutar del amor físico. Otras menciones en la literatura egipcia sobre las ansias del amor –como el Papiro Harris 500 o el Chester Beatty I- reforzarían esta idea de auténtico sexo por placer. Pero eso no habría significado necesariamente una promiscuidad moralmente aceptada. En el Libro de los Muertos o en el texto de Ptahhotep se advierte contra el adulterio, concibiéndose como algo negativo y por lo que se paga un alto precio al morir. De hecho a excepción del faraón los varones egipcios eran monógamos.
http://www.elreservado.es/news/view/262-el-sexo-en-la-historia-seriales-historia/1109-la-prostitucion-de-hombres-y-mujeres-a-cambio-de-comida
La prostitución de hombres y mujeres a cambio de comida
Por Ignacio Monzón, 04 de abril de 2011
Los dioses practicaban el sexo como una forma de poblar el universo con más entidades superiores y cuando se emparejaban con los mortales producían individuos singulares que servían como agentes suyos en el mundo mortal. Es más que evidente que los mortales también disfrutaron de las relaciones carnales, pero posiblemente incluyendo una dimensión más lúdica e intrascendente.
Una de las evidencias para conocer algo de la mentalidad sobre el sexo en este sentido es el de la aparición de la prostitución en las primeras civilizaciones. El llamado “oficio más antiguo del mundo” si realmente no lo es, desde luego se encuentra entre los más añejos que ha ejercido la Humanidad, tanto en el caso femenino como en el masculino. Gracias a la documentación que ha sobrevivido de la antigua Sumeria sabemos que en las ciudades existían mujeres y hombres que intercambiaban sus favores por comida u otros productos y que recibían los nombres de “las que hacen la calle” o “las que hacen los muelles” en el caso femenino, unos apelativos bastante contemporáneos.
Pero quizá lo que más ha llamado la atención por parte de la comunidad de especialistas ha sido la existencia de otro tipo de servicio que poseía una protección de los dioses: la llamada “prostitución sagrada”. Más que un tipo único se trataría de una realidad heterogénea mal catalogada por griegos y romanos que incluiría prácticas sexuales vinculadas de forma oficial con los templos y potencias celestes. Heródoto (I, 199) recogía que en su viaje a Babilonia había contemplado un acto que le había llamado poderosamente la atención desde su perspectiva helénica. En el templo de Isthar –una versión de la Innana sumeria- las mujeres que deseaban casarse se sentaban en las escaleras y debían esperar a que un hombre les diera dinero. En ese momento debía yacer con el individuo y ofrecer el dinero a la divinidad. Con esto la mujer ya podía casarse, regresando a su casa con toda su honra al haber ofrecido su virginidad a la diosa.
Este pasaje generó y en ocasiones todavía lo hace, ríos de tinta acerca de las posibles interpretaciones. Desde un error del historiador a una deformación intencionada para hacer ver a los babilonios como seres depravados y algunas ideas más son las que se han barajado para explicar esta extraña mención. Una posibilidad muy sólida es que fuera un acto “escenificado” donde el futuro marido fuese el hombre que ofrecía el dinero. Al fin y al cabo todo se hacía en el recinto sagrado del templo, como los matrimonios religiosos actualmente se hacen en las iglesias o sinagogas. El mismo ofrecimiento del dinero a la patrona del templo sería una acción de gracias o una petición de felicidad y prosperidad, obteniendo la sanción del acto por parte de Ishtar. Otro posible significado de semejante costumbre sería el llamado “primer desvirgamiento”, una costumbre semita, al menos documentada en la zona de Canaan, donde los huéspedes, siempre ajenos a la familia, tendrían el derecho –y casi el deber- de disfrutar de los favores de las mujeres de la casa donde se hospedase. En ciertos pasajes bíblicos (Ier 5,7; 4,30; cfr. Gen 34,31; 38,15-21; los cap. 2 y ss.) esta costumbre de “hospitalidad sexual” sería extensible a las poblaciones hebreas.
El llamado “sexo sagrado” en los templos aparece en menciones de Estrabón (XVI, 1, 20) o Justino “(Epítome”, XVIII, 5, 4), éste último refiriéndose a la costumbre de la prestación de estos servicios en la isla de Chipre por parte de mujeres que se vinculaban a Afrodita cíprica –curiosamente la diosa había nacido en sus aguas recibiendo el nombre de Cipris-. Luciano de Samosata, en su “Dea Syria” (6) nos informa de que en la ciudad fenicia de Biblos existía esta prestación femenina pero como una suerte de “multa” o castigo para las mujeres que no se rapaban la cabeza en la fiesta de Adonis. Lo cierto es que todo lo relacionado con este tema de la “prostitución sagrada” sigue siendo debatido y estudiado pues parece comprender realidades muy diferentes que en general se alejan del mero comercio sexual.
Y, quitando a las prostitutas “civiles”, ¿existen más posibles menciones de "sexo por placer”? Eso es lo que han pensado algunos egiptólogos ante la existencia de pequeños elementos como figuras de marcado carácter erótico o pinturas de bailarinas desnudas. Aparecidas en contextos muy variados nos dejan bien claro que el gusto de los habitantes de la tierra del Nilo no era ajeno a los atractivos carnales. De hecho incluso conocemos algunos de los clichés relacionados con el atractivo sexual. En una cultura en la que, por razones de higiene, hombres y mujeres se rapaban la cabeza, el empleo de pelucas tenía un enorme componente erótico. Que una mujer se pusiera su postizo capilar indicaba que se estaba “poniendo guapa”, hablando en plata, y por tanto que podía desear ciertos tratos carnales. Los vestidos vaporosos y aparentemente transparentes que aparecen en pinturas del Reino Nuevo, dejan muy claro que no tenían prejuicios a la hora de mostrar su cuerpo.
En algunas tumbas de personajes notables se constatan estas figuras femeninas que dejan entrever sus formas o incluso mujeres completamente desnudas tocando instrumentos o bailando. La aparición de figuritas realizando el acto sexual, a veces con los genitales completamente exagerados, son hilarantes, pero no por ello deben ser ignoradas. Son testimonio de una posible dimensión desenfadada de la sexualidad pero no significaba por ello que fuera menos importante. Existe, además, un testimonio muy claro sobre las posibilidades sexuales de los egipcios que ha levantado una cierta polémica sobre su significado: el Papiro Erótico de Turín. A pesar de estar fragmentado, este documento del siglo XII a. C., en la XX Dinastía, muestra una serie de escenas donde un curioso personaje masculino, dotado de un falo desproporcionadamente grande, copula con una mujer en múltiples posturas.
A pesar de que se ha querido ver una cierta trascendencia en el trabajo, no son pocos los que lo han calificado como el “kamasutra” de la Antigüedad, 1.400 o 1.700 años anterior al texto indio. Sería por tanto una especie de manual erótico con todas las posturas que podrían practicarse para disfrutar del amor físico. Otras menciones en la literatura egipcia sobre las ansias del amor –como el Papiro Harris 500 o el Chester Beatty I- reforzarían esta idea de auténtico sexo por placer. Pero eso no habría significado necesariamente una promiscuidad moralmente aceptada. En el Libro de los Muertos o en el texto de Ptahhotep se advierte contra el adulterio, concibiéndose como algo negativo y por lo que se paga un alto precio al morir. De hecho a excepción del faraón los varones egipcios eran monógamos.
http://www.elreservado.es/news/view/262-el-sexo-en-la-historia-seriales-historia/1109-la-prostitucion-de-hombres-y-mujeres-a-cambio-de-comida
Los iconos sexuales de la época romana
Los iconos sexuales de la época romana
Por Ignacio Monzón, 25 de abril de 2011
Hermes itifálico
Gracias a las múltiples producciones televisivas y cinematográficas el gran público ha forjado una imagen muy alterada de cómo fue la Roma imperial. Orgías y banquetes pantagruélicos eran escenario de una sexualidad sin tapujos tal y como nos ilustran de forma tan cruda las pinturas de Pompeya, Herculano y Stabia. De esta forma se pretendía, incluso, explicar el declive del gran imperio y el derrumbe de su civilización. Por supuesto hace ya décadas que esta visión tan sesgada y pobre se combate con las armas de la razón, valorando las relaciones carnales humanas bajo una perspectiva más seria y con menos prejuicios. Ni el Imperio Romano cayó por su inmoralidad ni los romanos ocuparon todo su tiempo en dedicarse a los asuntos patrocinados por Eros, pero tampoco fue un tema desatendido o desconocido por ellos.
En general el sexo, como se ha visto en anteriores entregas, fue importante y gozó de la atención de los eruditos y los literatos, ya que era otro aspecto más de la vida cotidiana que debía tenerse en cuenta, pues tenía múltiples aspectos negativos. Una sexualidad sin control traía violaciones, embarazos no deseados –que en condiciones de higiene o cuidados médicos deficientes podía conllevar la muerte de la madre-, infidelidades y la degradación “moral” del varón y la mujer. Para los antiguos romanos tanto el género masculino como el femenino debían ejercer una férreo autocontrol, ese mismo que les había llevado a salir de sus cabañas de pastores y dominar tierras en tres continentes. El hombre podía ser siempre más libre en este aspecto ya que presuntamente poseía más dominio de sí mismo, mientras que la mujer debía permanecer en casa para conservar su “pudicitia”, una suerte de “honor femenino” como lo entenderían algunos.
Salustio se quejaba, en las últimas décadas del siglo I a. C., de las enormes libertades que gozaban las mujeres, pudiendo salir de casa para comprar a su antojo. De hecho las damas de la clase alta podían conseguir esclavos que para satisfacerlas en el lecho al igual que hacían los hombres. Y si antes he mencionado varios aspectos negativos el de las enfermedades no puede pasarse por alto. Bien documentadas en la Antigüedad, pronto aparecieron las patologías propias “del amor”, que al margen de sumir a la persona en profundos estados de ánimo –tanto alegre como depresivo- podían suponer males físicos perfectamente dañinos para el organismo humano. Eran y son las enfermedades “venéreas” o de Venus, la diosa romana del amor.
La prostitución, presente en casi todos los grupos humanos, también se nos muestra en el mundo romano de forma tan clara que no son pocos los comentarios que se hicieron sobre ella. Ejercida por esclavos, libertos y personas libres –de ambos sexos- de las clases más bajas, era en principio un oficio vil y cargado de cierto desprecio por parte de los que se consideraban más moralistas. Cosa curiosa no obstante, personalidades como Catón el Viejo recomendaban sus servicios para los caballeros más jóvenes ya que así “desfogaban” sus apetitos y se centraban en sus quehaceres cívicos, dejando de molestar a las mujeres –casadas o no- que les rodeaban. Gracias a los textos romanos sabemos que la prostitución era muy heterogénea y compleja, con toda una serie de conceptos que nuestro mundo ha heredado. El término de prostitución deriva de “prostitutere” o lo que es lo mismo “exponer a alguien públicamente” por lo que una prostituta o prostituto eran personas “públicas” en el peor sentido de la palabra. El resto de vocablos que resuenan en este aspecto de la sexualidad humana también han sido heredados directamente.
Así, las meretrices eran prostitutas que trabajaban sin intermediarios y las felatoras, por su parte, eran especialistas en “trabajos orales” –relacionándose con la voz “fellatio” o “felación”-. Por muy solicitados que estuvieran sus servicios y por mucho que pudiesen cobrar –había prostitutas de todas clases-, ser tildado con semejante condición era un auténtico insulto como lo suele ser hoy en día. Juvenal, con mucha e hiriente sorna, llegó a sugerir que la esposa de Claudio, la famosa Mesalina, salía por las noches del palacio imperial y se dedicaba a la prostitución en un lupanar (VI, 115-135). Un lugar que debe su nombre a la loba o “lupa” ya que ambos términos se confundían, quizá como recordatorio de lo animal o biológico que tenía el acto sexual. En las ciudades sepultadas del Vesubio se han documentado hasta ahora más prostíbulos –tanto grandes como minúsculos de una sola persona- que panaderías, con frescos que mostraban las especialidades de los profesionales del sexo además de servir para crear un clima adecuado de excitación. Especial mención merecen las “puellae gaditanae” o lo que es lo mismo: “las doncellas de Gadir”, que en múltiples menciones (Marcial, Juvenal y Plinio el Joven) aparecen como extraordinarias bailarinas, cantantes e intérpretes musicales que solían acompañar las veladas más picantes.
Un aspecto muy ignorado pero que resulta de lo más chocante y que ilustra muy bien el carácter de la civilización romana es el de la mitificación erótica de sus grandes figuras “deportivas”. Los conductores de carros, los aurigas, podían llegar a ser estrellas populares con más dinero que el que tenían los propios senadores pero había más. Sus físicos bien cuidados y sus victorias les traían una fama y un encanto que les convertían en auténticos iconos sexuales, al igual que sus compañeros gladiadores –como se refleja en la reciente producción “Espartaco: sangre y arena”-.
Estos últimos, siempre en buena forma física y cubiertos de sangre y sudor, eran un poderoso reclamo para las mujeres, que no dudaban en conceder sus favores a personas que en muchos casos eran esclavos, la condición jurídica más baja concebida por los latinos. Las damas romanas más pudientes podían acudir a las escuelas de los lanistas para, previo pago, disfrutar de las habilidades físicas de los gladiadores. Y es que acudir a los espectáculos era algo excitante en todos los sentidos. Hasta el término “fornicación” proviene de “fornix” o arco, bajo los cuales se solían encontrar prostitutos y prostitutas a la salida del teatro, la arena o el circo y que aprovechaban lo “acalorados” que salían los espectadores como nos recuerda Ovidio en su “Arte de amar”.
Tampoco pasan desapercibidos, para el estudioso de la Antigüedad, los turistas y hasta los curiosos, las copiosas representaciones de penes erectos –en ocasiones alados- que se encuentran en Roma, Pompeya y algunas otras ciudades romanas. La ostentación del órgano masculino “en toda su gloria” tenía varios usos: como señalización –de una casa de citas, por ejemplo- o como símbolo de prosperidad y protección, encontrándose en las entradas de algunas viviendas. La condición itifálica de proporciones desmedidas también era la enseña de Príapo, personaje mitológico que, como una especie de espíritu protector, guardaba las granjas sodomizando a los que se aventuraban a asaltarlas de noche.
http://www.elreservado.es/news/view/262-el-sexo-en-la-historia-seriales-historia/1162-los-iconos-sexuales-de-la-epoca-romana
Por Ignacio Monzón, 25 de abril de 2011
Hermes itifálico
Gracias a las múltiples producciones televisivas y cinematográficas el gran público ha forjado una imagen muy alterada de cómo fue la Roma imperial. Orgías y banquetes pantagruélicos eran escenario de una sexualidad sin tapujos tal y como nos ilustran de forma tan cruda las pinturas de Pompeya, Herculano y Stabia. De esta forma se pretendía, incluso, explicar el declive del gran imperio y el derrumbe de su civilización. Por supuesto hace ya décadas que esta visión tan sesgada y pobre se combate con las armas de la razón, valorando las relaciones carnales humanas bajo una perspectiva más seria y con menos prejuicios. Ni el Imperio Romano cayó por su inmoralidad ni los romanos ocuparon todo su tiempo en dedicarse a los asuntos patrocinados por Eros, pero tampoco fue un tema desatendido o desconocido por ellos.
En general el sexo, como se ha visto en anteriores entregas, fue importante y gozó de la atención de los eruditos y los literatos, ya que era otro aspecto más de la vida cotidiana que debía tenerse en cuenta, pues tenía múltiples aspectos negativos. Una sexualidad sin control traía violaciones, embarazos no deseados –que en condiciones de higiene o cuidados médicos deficientes podía conllevar la muerte de la madre-, infidelidades y la degradación “moral” del varón y la mujer. Para los antiguos romanos tanto el género masculino como el femenino debían ejercer una férreo autocontrol, ese mismo que les había llevado a salir de sus cabañas de pastores y dominar tierras en tres continentes. El hombre podía ser siempre más libre en este aspecto ya que presuntamente poseía más dominio de sí mismo, mientras que la mujer debía permanecer en casa para conservar su “pudicitia”, una suerte de “honor femenino” como lo entenderían algunos.
Salustio se quejaba, en las últimas décadas del siglo I a. C., de las enormes libertades que gozaban las mujeres, pudiendo salir de casa para comprar a su antojo. De hecho las damas de la clase alta podían conseguir esclavos que para satisfacerlas en el lecho al igual que hacían los hombres. Y si antes he mencionado varios aspectos negativos el de las enfermedades no puede pasarse por alto. Bien documentadas en la Antigüedad, pronto aparecieron las patologías propias “del amor”, que al margen de sumir a la persona en profundos estados de ánimo –tanto alegre como depresivo- podían suponer males físicos perfectamente dañinos para el organismo humano. Eran y son las enfermedades “venéreas” o de Venus, la diosa romana del amor.
La prostitución, presente en casi todos los grupos humanos, también se nos muestra en el mundo romano de forma tan clara que no son pocos los comentarios que se hicieron sobre ella. Ejercida por esclavos, libertos y personas libres –de ambos sexos- de las clases más bajas, era en principio un oficio vil y cargado de cierto desprecio por parte de los que se consideraban más moralistas. Cosa curiosa no obstante, personalidades como Catón el Viejo recomendaban sus servicios para los caballeros más jóvenes ya que así “desfogaban” sus apetitos y se centraban en sus quehaceres cívicos, dejando de molestar a las mujeres –casadas o no- que les rodeaban. Gracias a los textos romanos sabemos que la prostitución era muy heterogénea y compleja, con toda una serie de conceptos que nuestro mundo ha heredado. El término de prostitución deriva de “prostitutere” o lo que es lo mismo “exponer a alguien públicamente” por lo que una prostituta o prostituto eran personas “públicas” en el peor sentido de la palabra. El resto de vocablos que resuenan en este aspecto de la sexualidad humana también han sido heredados directamente.
Así, las meretrices eran prostitutas que trabajaban sin intermediarios y las felatoras, por su parte, eran especialistas en “trabajos orales” –relacionándose con la voz “fellatio” o “felación”-. Por muy solicitados que estuvieran sus servicios y por mucho que pudiesen cobrar –había prostitutas de todas clases-, ser tildado con semejante condición era un auténtico insulto como lo suele ser hoy en día. Juvenal, con mucha e hiriente sorna, llegó a sugerir que la esposa de Claudio, la famosa Mesalina, salía por las noches del palacio imperial y se dedicaba a la prostitución en un lupanar (VI, 115-135). Un lugar que debe su nombre a la loba o “lupa” ya que ambos términos se confundían, quizá como recordatorio de lo animal o biológico que tenía el acto sexual. En las ciudades sepultadas del Vesubio se han documentado hasta ahora más prostíbulos –tanto grandes como minúsculos de una sola persona- que panaderías, con frescos que mostraban las especialidades de los profesionales del sexo además de servir para crear un clima adecuado de excitación. Especial mención merecen las “puellae gaditanae” o lo que es lo mismo: “las doncellas de Gadir”, que en múltiples menciones (Marcial, Juvenal y Plinio el Joven) aparecen como extraordinarias bailarinas, cantantes e intérpretes musicales que solían acompañar las veladas más picantes.
Un aspecto muy ignorado pero que resulta de lo más chocante y que ilustra muy bien el carácter de la civilización romana es el de la mitificación erótica de sus grandes figuras “deportivas”. Los conductores de carros, los aurigas, podían llegar a ser estrellas populares con más dinero que el que tenían los propios senadores pero había más. Sus físicos bien cuidados y sus victorias les traían una fama y un encanto que les convertían en auténticos iconos sexuales, al igual que sus compañeros gladiadores –como se refleja en la reciente producción “Espartaco: sangre y arena”-.
Estos últimos, siempre en buena forma física y cubiertos de sangre y sudor, eran un poderoso reclamo para las mujeres, que no dudaban en conceder sus favores a personas que en muchos casos eran esclavos, la condición jurídica más baja concebida por los latinos. Las damas romanas más pudientes podían acudir a las escuelas de los lanistas para, previo pago, disfrutar de las habilidades físicas de los gladiadores. Y es que acudir a los espectáculos era algo excitante en todos los sentidos. Hasta el término “fornicación” proviene de “fornix” o arco, bajo los cuales se solían encontrar prostitutos y prostitutas a la salida del teatro, la arena o el circo y que aprovechaban lo “acalorados” que salían los espectadores como nos recuerda Ovidio en su “Arte de amar”.
Tampoco pasan desapercibidos, para el estudioso de la Antigüedad, los turistas y hasta los curiosos, las copiosas representaciones de penes erectos –en ocasiones alados- que se encuentran en Roma, Pompeya y algunas otras ciudades romanas. La ostentación del órgano masculino “en toda su gloria” tenía varios usos: como señalización –de una casa de citas, por ejemplo- o como símbolo de prosperidad y protección, encontrándose en las entradas de algunas viviendas. La condición itifálica de proporciones desmedidas también era la enseña de Príapo, personaje mitológico que, como una especie de espíritu protector, guardaba las granjas sodomizando a los que se aventuraban a asaltarlas de noche.
http://www.elreservado.es/news/view/262-el-sexo-en-la-historia-seriales-historia/1162-los-iconos-sexuales-de-la-epoca-romana
Tras la época romana, cambian los usos sexuales
Tras la época romana, cambian los usos sexuales
El sexo pasa del placer a la búsqueda de la prole
Por Ignacio Monzón, 04 de mayo de 2011
Lady Godiva cabalgando desnuda
Parece que la antigüedad, sobre todo si pensamos en el mundo heleno y en el latino, gozó de una sexualidad muy viva que se disfrutó sin tapujos. Realmente, como se ha visto en este serial, son exageraciones, pues todo tenía su momento y su lugar. Desde los primeros tiempos históricos –y hay quién diría en los prehistóricos– era practicada la zoofilia, la necrofilia –de la que hay alguna referencia en el Egipto de los faraones–, los tríos, las orgías y mil y una “perversiones” tal y como se vieron después, pero no siempre se toleraron desde la esfera pública. En el mundo hitita, el egipcio, el heleno y el romano el adulterio se condenaba –no de la misma manera– y existían advertencias acerca de los males que podían acarrear los amores físicos sin control alguno. Pero en los últimos siglos del llamado Bajo Imperio romano un hecho trascendental vino a cambiar la percepción de la sexualidad y su valoración, al menos en el terreno oficial.
En el año 313 el emperador Constantino I proclamaba su famoso “Edicto de Milán” donde se concedía a los cristianos un status teóricamente igual al de las demás religiones. No obstante, su abrazo público a esta nueva religión oriental le dio un carácter de creencia preeminente en todo el Imperio. Finalizando el siglo IV el hispano Teodosio I, poco antes de morir, declaró la doctrina de Cristo como la única legal en todo el mundo romano. Evidentemente la nueva religión alteró en parte la cultura existente.
De forma genérica y un tanto apresurada es común afirmar que el cristianismo demonizó el sexo y todo lo que conllevaba, más no es del todo cierto. Lo que la Iglesia no veía con buenos ojos era una sexualidad sin control –evidentemente según su propia valoración–, algo que también pasaba en las sociedades pre-cristianas. La falta de juicio o de previsión podía generar una crisis demográfica que no podía traer nada nuevo. Antes de la industrialización –y todavía hoy hasta cierto nivel– el equilibrio entre recursos y población, siguiendo la mentalidad maltusiana, era extremadamente delicado.
En un tiempo de fragmentación política, donde la falta de un poder central llevó a recortar fondos y esfuerzos en la organización que permitía el gran sistema de infraestructuras, no eran favorables grandes cambios en su número de habitantes, tanto al alza como a la baja. Además, las condiciones higiénicas y la falta de médicos capacitados podían significar la muerte de los recién nacidos y de la madre. Al margen de los sentimientos personales ambos seres eran también una mano de obra en el campo o la ciudad que no se podían perder. Por ello la autoridad eclesiástica, guardiana de la moral, tuvo que imponer unas normas que, desde su punto de vista, sólo buscaban el bien de la comunidad, tanto en lo físico como en lo espiritual.
El sexo “autorizado” comenzaba con los esponsales “legales” entre el hombre y la mujer cristianos. Con ello se establecía una suerte de contrato en la que la unión se concebía como un mecanismo que legitimaba la unión física y ésta solamente podía darse con la intención de tener descendencia. De esta manera se separaba el concepto casi sagrado de procreación del de la mera fornicación, que era gratuito, destinado solamente a obtener placer. Este reflejo lo encontramos en el Antiguo Testamento (“Génesis”, 38, 9-10) donde Onán se acuesta con la viuda de su hermano para dejarla en cinta, según las obligaciones de su época, pero eyaculando fuera.
Derramar la semilla
Un acto definido como egoísta y condenado por Jehová ya que significaba “derramar” la semilla masculina, perder un líquido que se consideraba harto valioso pues llevaba en él la base de la vida humana. Mientras que realmente era un “coitus interruptus”, una cópula interrumpida que servía de control de la natalidad, se interpretó como una masturbación, generando el término “onanismo” y que por supuesto también fue visto con malos ojos por el poder espiritual. Un ejercicio de egoísmo que solamente podía ser contestado por la divinidad con un castigo. Hasta se llegó a decir por parte de médicos, o personas que decían serlo, que la masturbación producía todo tipo de males, como la ceguera o la sequedad de la médula espinal –siguiendo aquí las ideas de San Isidoro–, argumentándose que era donde se alojaba el semen.
Lógicamente, si el acto sexual no debía encaminarse al placer sino a la búsqueda de prole, muchas de las prácticas y posturas no tenían cabida. La penetración anal, muy bien documentada en la antigüedad como método anticonceptivo, o el sexo oral, eran pecados de lujuria y dado que el dios cristiano era omnisciente y omnipresente, siempre iba a ser castigado. Resulta de lo más irónico que algunos grandes hombres de la Iglesia, como San Alberto Magno (1193-1206), emplearan su valioso tiempo intelectual en teorizar acerca de las posturas entre hombres y mujeres –autorizándose de forma casi unánime la del “misionero”–, las penas por las diferentes prácticas sexuales, o sí era lícito el placer femenino durante la cópula.
Que la mujer disfrutara era siempre un peligro dado que también en los días del Medievo se la consideraba incapaz de controlar sus apetitos. Además, el ejemplo de la Virgen María, madre amantísima que se daba a su familia antes que a sí misma y que llegaba inmaculada al matrimonio, era un referente que se intentaba inculcar a toda costa. Y cuando las damas se confesaban por cuestiones carnales, como recordaba Michel Foucault, siguiendo los manuales sacerdotales el clérigo debía preguntar acerca de las posturas y actos, puesto que la gravedad del pecado y la consiguiente penitencia dependían de ello.
Por supuesto las faltas cometidas por hombres y mujeres en temas sexuales reflejaban de la misma forma la desigualdad de ambos géneros. Si una mujer cometía una infidelidad estando casada era una adúltera y sufría un severo castigo, pudiendo ser azotada públicamente. Por supuesto, cuando la fertilidad femenina se extinguía, fruto de la edad o de la enfermedad, debía apartarse de lo carnal y vivir con su esposo de manera fraternal. Tampoco podía mostrar los encantos de su cuerpo pues incitaba al varón a cometer actos pecaminosos por su culpa.
En la leyenda anglosajona de Lady Godiva (s. XI) la protagonista, para favorecer a su pueblo, tuvo que cabalgar completamente desnuda. Su belleza era enorme pero aún así la vergüenza de ser contemplada era tal que pidió a sus súbditos que se encerraran en sus casas para no contemplarla, algo que hicieron casi todos. No se trataba del pudor natural que pueden sentir lo lectores de estas líneas si se ven en una situación parecida, era algo más profundo que apenas se puede llegar a describir.
De hecho podemos hacernos una ligera idea si pensamos en la escasez de imágenes de hombres y mujeres desnudos a la manera que se plasmaban en el arte clásico. El cuerpo humano incitaba al deseo y la mujer, como hija de Eva, podía llevar al hombre a la perdición con sus encantos físicos y su “maldad natural”. El hombre, en el caso de mantener relaciones extramatrimoniales se había “amancebado”, sufriendo una pena mucho más leve. También es cierto que el adulterio con gentes no cristianas podía suponer la hoguera pues era doblemente pecaminoso.
http://www.elreservado.es/news/view/262-el-sexo-en-la-historia-seriales-historia/1190-el-sexo-pasa-del-placer-a-la-busqueda-de-la-prole
El sexo pasa del placer a la búsqueda de la prole
Por Ignacio Monzón, 04 de mayo de 2011
Lady Godiva cabalgando desnuda
Parece que la antigüedad, sobre todo si pensamos en el mundo heleno y en el latino, gozó de una sexualidad muy viva que se disfrutó sin tapujos. Realmente, como se ha visto en este serial, son exageraciones, pues todo tenía su momento y su lugar. Desde los primeros tiempos históricos –y hay quién diría en los prehistóricos– era practicada la zoofilia, la necrofilia –de la que hay alguna referencia en el Egipto de los faraones–, los tríos, las orgías y mil y una “perversiones” tal y como se vieron después, pero no siempre se toleraron desde la esfera pública. En el mundo hitita, el egipcio, el heleno y el romano el adulterio se condenaba –no de la misma manera– y existían advertencias acerca de los males que podían acarrear los amores físicos sin control alguno. Pero en los últimos siglos del llamado Bajo Imperio romano un hecho trascendental vino a cambiar la percepción de la sexualidad y su valoración, al menos en el terreno oficial.
En el año 313 el emperador Constantino I proclamaba su famoso “Edicto de Milán” donde se concedía a los cristianos un status teóricamente igual al de las demás religiones. No obstante, su abrazo público a esta nueva religión oriental le dio un carácter de creencia preeminente en todo el Imperio. Finalizando el siglo IV el hispano Teodosio I, poco antes de morir, declaró la doctrina de Cristo como la única legal en todo el mundo romano. Evidentemente la nueva religión alteró en parte la cultura existente.
De forma genérica y un tanto apresurada es común afirmar que el cristianismo demonizó el sexo y todo lo que conllevaba, más no es del todo cierto. Lo que la Iglesia no veía con buenos ojos era una sexualidad sin control –evidentemente según su propia valoración–, algo que también pasaba en las sociedades pre-cristianas. La falta de juicio o de previsión podía generar una crisis demográfica que no podía traer nada nuevo. Antes de la industrialización –y todavía hoy hasta cierto nivel– el equilibrio entre recursos y población, siguiendo la mentalidad maltusiana, era extremadamente delicado.
En un tiempo de fragmentación política, donde la falta de un poder central llevó a recortar fondos y esfuerzos en la organización que permitía el gran sistema de infraestructuras, no eran favorables grandes cambios en su número de habitantes, tanto al alza como a la baja. Además, las condiciones higiénicas y la falta de médicos capacitados podían significar la muerte de los recién nacidos y de la madre. Al margen de los sentimientos personales ambos seres eran también una mano de obra en el campo o la ciudad que no se podían perder. Por ello la autoridad eclesiástica, guardiana de la moral, tuvo que imponer unas normas que, desde su punto de vista, sólo buscaban el bien de la comunidad, tanto en lo físico como en lo espiritual.
El sexo “autorizado” comenzaba con los esponsales “legales” entre el hombre y la mujer cristianos. Con ello se establecía una suerte de contrato en la que la unión se concebía como un mecanismo que legitimaba la unión física y ésta solamente podía darse con la intención de tener descendencia. De esta manera se separaba el concepto casi sagrado de procreación del de la mera fornicación, que era gratuito, destinado solamente a obtener placer. Este reflejo lo encontramos en el Antiguo Testamento (“Génesis”, 38, 9-10) donde Onán se acuesta con la viuda de su hermano para dejarla en cinta, según las obligaciones de su época, pero eyaculando fuera.
Derramar la semilla
Un acto definido como egoísta y condenado por Jehová ya que significaba “derramar” la semilla masculina, perder un líquido que se consideraba harto valioso pues llevaba en él la base de la vida humana. Mientras que realmente era un “coitus interruptus”, una cópula interrumpida que servía de control de la natalidad, se interpretó como una masturbación, generando el término “onanismo” y que por supuesto también fue visto con malos ojos por el poder espiritual. Un ejercicio de egoísmo que solamente podía ser contestado por la divinidad con un castigo. Hasta se llegó a decir por parte de médicos, o personas que decían serlo, que la masturbación producía todo tipo de males, como la ceguera o la sequedad de la médula espinal –siguiendo aquí las ideas de San Isidoro–, argumentándose que era donde se alojaba el semen.
Lógicamente, si el acto sexual no debía encaminarse al placer sino a la búsqueda de prole, muchas de las prácticas y posturas no tenían cabida. La penetración anal, muy bien documentada en la antigüedad como método anticonceptivo, o el sexo oral, eran pecados de lujuria y dado que el dios cristiano era omnisciente y omnipresente, siempre iba a ser castigado. Resulta de lo más irónico que algunos grandes hombres de la Iglesia, como San Alberto Magno (1193-1206), emplearan su valioso tiempo intelectual en teorizar acerca de las posturas entre hombres y mujeres –autorizándose de forma casi unánime la del “misionero”–, las penas por las diferentes prácticas sexuales, o sí era lícito el placer femenino durante la cópula.
Que la mujer disfrutara era siempre un peligro dado que también en los días del Medievo se la consideraba incapaz de controlar sus apetitos. Además, el ejemplo de la Virgen María, madre amantísima que se daba a su familia antes que a sí misma y que llegaba inmaculada al matrimonio, era un referente que se intentaba inculcar a toda costa. Y cuando las damas se confesaban por cuestiones carnales, como recordaba Michel Foucault, siguiendo los manuales sacerdotales el clérigo debía preguntar acerca de las posturas y actos, puesto que la gravedad del pecado y la consiguiente penitencia dependían de ello.
Por supuesto las faltas cometidas por hombres y mujeres en temas sexuales reflejaban de la misma forma la desigualdad de ambos géneros. Si una mujer cometía una infidelidad estando casada era una adúltera y sufría un severo castigo, pudiendo ser azotada públicamente. Por supuesto, cuando la fertilidad femenina se extinguía, fruto de la edad o de la enfermedad, debía apartarse de lo carnal y vivir con su esposo de manera fraternal. Tampoco podía mostrar los encantos de su cuerpo pues incitaba al varón a cometer actos pecaminosos por su culpa.
En la leyenda anglosajona de Lady Godiva (s. XI) la protagonista, para favorecer a su pueblo, tuvo que cabalgar completamente desnuda. Su belleza era enorme pero aún así la vergüenza de ser contemplada era tal que pidió a sus súbditos que se encerraran en sus casas para no contemplarla, algo que hicieron casi todos. No se trataba del pudor natural que pueden sentir lo lectores de estas líneas si se ven en una situación parecida, era algo más profundo que apenas se puede llegar a describir.
De hecho podemos hacernos una ligera idea si pensamos en la escasez de imágenes de hombres y mujeres desnudos a la manera que se plasmaban en el arte clásico. El cuerpo humano incitaba al deseo y la mujer, como hija de Eva, podía llevar al hombre a la perdición con sus encantos físicos y su “maldad natural”. El hombre, en el caso de mantener relaciones extramatrimoniales se había “amancebado”, sufriendo una pena mucho más leve. También es cierto que el adulterio con gentes no cristianas podía suponer la hoguera pues era doblemente pecaminoso.
http://www.elreservado.es/news/view/262-el-sexo-en-la-historia-seriales-historia/1190-el-sexo-pasa-del-placer-a-la-busqueda-de-la-prole
Onanismo, abortos, coitos y diablos lujuriosos en la iconografía románic
Onanismo, abortos, coitos y diablos lujuriosos en la iconografía románica
07-05-2011 / 12:00 h
Valladolid, 7 may (EFE).- Onanistas, abortos, cortejos amorosos, coitos en posturas forzadas y diablos lujuriosos son algunas de las representaciones que pueden contemplarse en los canecillos, capiteles y metopas de las iglesias románicas de la mitad norte de España, que el investigador Jesús Herrero ha analizado en un libro.
"La lujuria en la iconografía románica" (Cálamo Ediciones) es el título de esa investigación, presentada esta mañana en la 44 Feria del Libro de Valladolid, donde su autor trata de explicar la aparente incongruencia de elementos irreverentes y procaces dentro de recintos sagrados como son las iglesias y ermitas.
Ese erotismo, casi pornografía, acusaba una carga aleccionadora o de moral para prevenir el pecado como parecen indicar, a modo de ejemplo según el autor, las madres desnudas que sostienen entre sus piernas niños muertos (abortos) vestidos con una túnica para destacar su carácter legal y su derecho a la vida ya conculcado.
Estas representaciones de abortos, al igual que un onanista en pleno trance, pueden observarse entre los canecillos de la iglesia de San Martín, en Frómista (Palencia), similares a las existentes en templos del sureste francés.
La magia, la hechicería y la brujería también forman parte de ese repertorio como algo prohibido a su feligresía por la Iglesia Católica, con abundantes muestras de demonios o brujas al acecho (Colegiata de San Isidoro, en León); o un demonio flanqueado por dos machos cabríos en un amago de aquelarre (catedral vieja de Salamanca).
Herrero anota también apareamientos que sugieren zoofilia cuando en realidad se trata de brujerías (Colegiata de San Pedro, en Cervatos -Cantabria-), así como personajes relacionados con la fabricación de brebajes y conjuros (monasterio de Leyre, en Navarra), e incluso parejas homosexuales en actitud amatoria (iglesia de Yermo -Cantabria-).
Los cruceros (cruces labradas en piedra y elevadas sobre columnas de gran altura) se erigían para purificar o reinar en los lugares, generalmente una confluencia de caminos, donde los brujos, magos y hechiceros solían reunirse para celebrar sus rituales, explica también el autor acerca de la misión apostólica de la iconografía románica.
El libro parte de un estudio introductorio sobre el uso de los elementos sexuales en las culturas prehistóricas, de Egipto y la India, además de la Grecia y Roma antiguas, hasta llegar al Cristianismo en la época medieval, donde ha inscrito esta investigación.
Jesús Herrero (Palencia, 1950) ha dedicado gran parte de su trayectoria profesional a la investigación del simbolismo románico mediante estudios donde analiza las claves sociales, culturales y religiosas del medievo para su interpretación.
Es autor, entre otros libros, de "Bestiario románico en Castilla-León y Cantabria" (2006) y "Bestiario románico en España" (2010). EFE
http://www.abc.es/agencias/noticia.asp?noticia=808217
07-05-2011 / 12:00 h
Valladolid, 7 may (EFE).- Onanistas, abortos, cortejos amorosos, coitos en posturas forzadas y diablos lujuriosos son algunas de las representaciones que pueden contemplarse en los canecillos, capiteles y metopas de las iglesias románicas de la mitad norte de España, que el investigador Jesús Herrero ha analizado en un libro.
"La lujuria en la iconografía románica" (Cálamo Ediciones) es el título de esa investigación, presentada esta mañana en la 44 Feria del Libro de Valladolid, donde su autor trata de explicar la aparente incongruencia de elementos irreverentes y procaces dentro de recintos sagrados como son las iglesias y ermitas.
Ese erotismo, casi pornografía, acusaba una carga aleccionadora o de moral para prevenir el pecado como parecen indicar, a modo de ejemplo según el autor, las madres desnudas que sostienen entre sus piernas niños muertos (abortos) vestidos con una túnica para destacar su carácter legal y su derecho a la vida ya conculcado.
Estas representaciones de abortos, al igual que un onanista en pleno trance, pueden observarse entre los canecillos de la iglesia de San Martín, en Frómista (Palencia), similares a las existentes en templos del sureste francés.
La magia, la hechicería y la brujería también forman parte de ese repertorio como algo prohibido a su feligresía por la Iglesia Católica, con abundantes muestras de demonios o brujas al acecho (Colegiata de San Isidoro, en León); o un demonio flanqueado por dos machos cabríos en un amago de aquelarre (catedral vieja de Salamanca).
Herrero anota también apareamientos que sugieren zoofilia cuando en realidad se trata de brujerías (Colegiata de San Pedro, en Cervatos -Cantabria-), así como personajes relacionados con la fabricación de brebajes y conjuros (monasterio de Leyre, en Navarra), e incluso parejas homosexuales en actitud amatoria (iglesia de Yermo -Cantabria-).
Los cruceros (cruces labradas en piedra y elevadas sobre columnas de gran altura) se erigían para purificar o reinar en los lugares, generalmente una confluencia de caminos, donde los brujos, magos y hechiceros solían reunirse para celebrar sus rituales, explica también el autor acerca de la misión apostólica de la iconografía románica.
El libro parte de un estudio introductorio sobre el uso de los elementos sexuales en las culturas prehistóricas, de Egipto y la India, además de la Grecia y Roma antiguas, hasta llegar al Cristianismo en la época medieval, donde ha inscrito esta investigación.
Jesús Herrero (Palencia, 1950) ha dedicado gran parte de su trayectoria profesional a la investigación del simbolismo románico mediante estudios donde analiza las claves sociales, culturales y religiosas del medievo para su interpretación.
Es autor, entre otros libros, de "Bestiario románico en Castilla-León y Cantabria" (2006) y "Bestiario románico en España" (2010). EFE
http://www.abc.es/agencias/noticia.asp?noticia=808217
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