terça-feira, 17 de maio de 2011

El pecado original, la sodomía, la ostentación de la erección, la zoofilia y muchas cosas más no son un invento de nuestros días

El pecado original, la sodomía, la ostentación de la erección, la zoofilia y muchas cosas más no son un invento de nuestros días
Eros y Cronos: el sexo en la Historia

Por Ignacio Monzón, 02 de febrero de 2011

Representación escena sexual
El sexo vende, el sexo gusta, el sexo es controvertido, causa placer, dolor, dependencia, vergüenza y mil cosas más, pero lo que todos reconocerán es que es un tema universal en el tiempo y el espacio. Asunto tratado ampliamente por médicos y psicólogos, también es fundamental en las no menos nobles artes de la antropología y la historia. El problema es que numerosos tabúes, hijos de mentalidades, tanto religiosas como de otras naturalezas, han lastrado el estudio serio y riguroso –algo que un tema como este merece con justicia– de la sexualidad.

Es un hecho más que evidente que la concepción de las relaciones carnales nos dice mucho acerca de la mentalidad de una sociedad y de sus necesidades. La valoración moral de los actos sexuales, las edades a las que se permiten, los ritos relacionados y hasta la trascendencia espiritual, son solamente algunos de los aspectos que se suelen tratar cuando uno aborda este tema. Además es una demostración de que el ser humano es algo más que pura biología. A sus impulsos naturales hay que sumar un sinnúmero de condicionantes en función del devenir de sus sociedades, economías, desarrollo cultural, etc.

¿Y por qué cada vez hay más interés por los temas sexuales? Como siempre, la respuesta no puede circunscribirse a una sola razón, pues nuestra realidad no tiene nada de simple. Además de esta verdad, que a algunos les cuesta asimilar si es que lo hacen, la liberalización de la cultura y la concepción del sexo como algo en absoluto frívolo, han permitido que el juicio sobre su estudio comience a valorarlo en su justa medida. Aún así, sólo a partir del siglo XX los trabajos que versan sobre el mundo del sexo han sido abordados por auténticos especialistas. Incluso el mero hecho de mostrar cuerpos desnudos en el arte ha sido motivos de polémica, ocasionando algunos castos y pudorosos “retoques”.

El buen lector no tiene más que echar un vistazo a algunas esculturas antiguas –casi todas copias romanas de originales helenos– a las que se colocaron unas hojitas en las zonas más privadas de la anatomía masculina. En la Capilla Sixtina, los frescos del techo del maestro Miguel Ángel Buonarroti, también sufrieron la cubrición de los genitales por medio de pinturas posteriores. Y así, durante siglos, el desnudo fue algo hermoso pero de cierto peligro a la vez por los instintos que se pensaba que podían despertar.

Censurar los actos carnales, aparte de ser un mero prejuicio de religiones o políticas determinadas, ha podido ser una efectiva manera de controlar el crecimiento de la población. Es un hecho más que demostrado, gracias a la antropología y a la estadística, que un aumento de la natalidad por encima del 4% anual habría llevado a los primeros grupos humanos al borde de la extinción. Básicamente, con las fuentes de aprovisionamiento de las primeras fases de la humanidad –recolección, caza, pesca y carroñeo–, no era suficiente. Hasta con las mejoras que supuso el conocimiento de ciertos procesos de la naturaleza, la ganadería y la agricultura, siempre existían momentos de carestía que ocasionaban no pocos problemas.
Autores antiguos como Diodoro Sículo, Estrabón o Tito Livio, nos hablan de pueblos como los celtíberos o los samnitas que cuando sufrían una merma en sus recursos veían como parte de su población –generalmente hombres jóvenes– se dedicaban al bandidaje y a la rapiña. Buena parte de la actividad de los vikingos, con sus pillajes y sus saqueos fue producto de la pobreza. Visto así, puede pensarse que el sexo sin control podía llevar al hambre y éste a su hermana: la guerra.

Sin duda alguna, el conocimiento de ciertos procesos biológicos, como los periodos de menstruación femeninos o la eyaculación masculina, llegó muy pronto a la sabiduría popular, pero esto no se percibió de una manera científica y directa sino a través de metáforas y significados trascendentes. Que una mujer expulsara sangre todos los meses era una señal de algo, tanto bueno –demuestra la fertilidad y por tanto el inicio de un nuevo periodo en la vida femenina– como malo –creencias como las de algunos pueblos hacían de esto un símbolo de la impureza y de inferioridad moral, pues era un castigo–. El semen masculino, por otro lado, era un fluido fertilizante que encerraba una especie de “chispa vital” o energía de la creación y se ejemplificaba con las semillas, de donde surgía la vida. Los famosos ciclos lunares, igualmente, eran la demostración patente de que la sexualidad estaba relacionada con el orden del Universo.

Ni que decir tiene que, como aseguraban en una gran producción cinematográfica, “El león en invierno”, la función del sexo era forjar alianzas. El matrimonio, esto es, la legalización de las relaciones sexuales –aunque abarcaba más aspectos– en un determinado lugar y cultura, acercaba con los lazos de la sangre a diferentes grupos de población. Por ello no hace falta exprimir mucho la memoria para encontrar ejemplos de estos matrimonios concertados y la necesidad de que fructificaran en una descendencia sana y mínimamente capaz. Parece mentira si se repara en ello pero el sexo era un arma diplomática. Y si continuamos con este hilo argumental podemos sacar más cosas en claro. Ya desde los días de las primeras “poleis” el matrimonio, como una búsqueda de una procreación “legal” y controlada, se perfilaba como una auténtica obligación moral. Los hombres y mujeres suministraban, de esta forma, nuevos ciudadanos al Estado, siempre necesitado de mano de obra. En el mundo romano se creó tal necesidad que el emperador Augusto llegó a legislar a favor de la natalidad y penalizaba fiscalmente a aquellos caballeros que preferían una vida fuera de las obligaciones familiares –sin que ello acabara con su vida sexual, no obstante–.

El pecado original de la tradición cristiana, la sodomía, la ostentación de la erección, la zoofilia y muchas cosas más no son un invento de nuestros días. Son fruto de un devenir, no siempre afortunado, de las relaciones humanas. “El Reservado” os invita a conocer un poco más de cómo se concebía esta faceta tan básica de la existencia humana.
http://www.elreservado.es/news/view/262-el-sexo-en-la-historia-seriales-historia/923-eros-y-cronos-el-sexo-en-la-historia

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