sábado, 29 de outubro de 2011

Todas las parejas tienen secretos sexuales


Todos esconden algo ya sea por temor, inseguridad o para no herir sentimientos entre otras cosas. La Lic. Diana M. Resnicoff habla sobre este aspecto de la relación amorosa

Cuando alguien dice: “Con mi pareja no tengo secretos”, lo primero que inspira en quien esté escuchando es una oleada de Incredulidad. Porque, quien más, quien menos, todos tenemos alguna información muy reservada, que equivocados o no, deliberadamente le escamoteamos a esa persona con la que compartimos, entre muchas otras cosas, nuestros días y nuestras noches, nuestro techo y nuestra cama.  Por temor a desatar reacciones no deseadas, por inseguridad, por no herir sentimientos, por atavismos culturales o por lo que fuera, hay capítulos de la historia de cada uno (particularmente los que tienen que ver con ciertas reglones de la sexualidad) a los que el otro tal vez no pueda asomarse jamás. Y en ese territorio se entremezclan lo real y lo imaginarlo, los hechos y las fantasías, lo que fue, lo que podría ser y lo que nunca será.

Porque lo cierto es que de sexo hablamos, pero hasta ahí.  A veces, hablamos más con amigas que con nuestras parejas, y sobre algunas dificultades nos cuesta y mucho hablar incluso con amigas.
Vero (35 años) me decía: Nunca le pude contar a ninguna amiga que J nunca pudo penetrarme. Consulte con vos y hoy, a pesar de estar empezando a resolver mi vaginismo, aun no puedo hablarlo con ninguna amiga”. 

Y, también, con nuestra pareja mantenemos muchos secretos: no le decimos qué nos da placer, sensual y eróticamente hablando, y qué cosas no nos mueven un pelo, preferimos parecer desmemoriadas antes que evocar nuestra iniciación amorosa o nuestras relaciones anteriores, tememos crear malentendidos si exponemos nuestras fantasías, nos cuesta hablar de nuestras frustraciones.

Una aventura amorosa

Una paciente, C. de 28 años me decía: “A veces tengo miedo de que se me escape durante el sueño. Una pesadilla, un nombre y chau. Todo puede irse al mismísimo demonio. Juan no fue otra cosa que un recreo. Ganas de vivir algo diferente. Un poco de aventura y punto. Nos conocimos en un curso de marketing. Empezamos mirándonos, después nos encontramos en su departamento para estudiar y, no sé bien cómo, terminamos en la cama. No me arrepiento. Seguí mis impulsos y no me equivoqué. Mí único temor es que Pablo se entere. Lo quiero demasiado como para hacerlo sufrir. No entendería lo que esa experiencia significó para mí.

Este es uno de los secretos más comunes y, en general no da buen resultado transparentar las incursiones extramatrimoniales: implica herir el narcisismo del engañado, algo difícil de tolerar. La crisis provocada por el hallazgo de esa situación abre la posibilidad de reconstruir la pareja, siempre y cuando haya capacidad de perdón y de atravesar la crisis.

Nuestras fantasías sexuales

Gaby, casada, 38 años me decía: "El me insiste para que le cuente mis fantasías, pero a mí me da no sé qué. Me da vergüenza que él piense que soy insaciable. Es que yo fantaseo con acostarme con dos hombres al mismo tiempo. No es que con mi marido no me alcance, pero igual me ratoneo con que son dos los que se desviven por complacerme y hacerme feliz. Me pregunto qué pasaría si le contara mis fantasías. En principio dejarían de ser mías".

¿Qué otra cosa podría pasar? Depende de cada uno. Algunas personas integran sus fantasías en la relación de pareja y otras -las más- las dejan en su esfera personal, entre sus secretos mejor guardados. Lo cual no está mal. Preservar la intimidad y enriquecerla en lo sexual es tan válido como contar todas las fantasías o los gustos personales. Y estimular a decir todo en la pareja puede acarrear cambios muy serios en el vínculo y una pérdida de ese campo tan exclusivo e individual que es el erotismo de nuestras fantasías. Contarlas es bueno en la medida en que sirva para que la pareja crezca, pero si va a significar pérdida de confianza y recelos mutuos, más vale mantenerlas en reserva. Porque es también cierto que a veces, al contarlas, por ahí se pinchan. De pronto, lo que es maravilloso para mí, para el otro puede no serlo. Así que, por las dudas, silencio.

Las primeras caricias

Algo parecido sucede con las primeras aproximaciones a la sexualidad: "Nunca salió el tema, pero igual me resisto a contarle esas cosas de mi infancia. ¿Y si piensa mal? Mi primer beso en la boca me lo dio mi vecina de al lado, que tenía un año más que yo. Nos abrazábamos y nos besábamos imitando parejas de la televisión. Ahora que te lo cuento me parece una pavada, cosas de chicos, pero no sé... igual no me atrevo". (Alejandra, 32, casada).

Tal vez en este caso haya un exceso de pudor, porque "todos hemos jugado al doctor". Pero en otros casos se elude el tema de la iniciación, por miedo a que se la califique como tardía o, lo que es peor, demasiado temprana.

Ya adultos

Lo cierto es que muchas parejas, se inhiben y no se animan a hablar claramente sobre sus preferencias, a la hora de hacer el amor. No les decimos qué nos gusta, qué nos excita, qué nos da placer. No les pedimos. El argumento, repetido y erróneo: se tendría que dar cuenta. Y, en verdad, nadie puede adivinar qué le pasa, que desea el otro.  Al no hablar, al no pedir, nos estamos privando de un encuentro sexual mucho más placentero.

Lic. Diana M. Resnicoff
Psicóloga clínica. Sexóloga clínica.
TE: (54-11)4831-2910
E-mail: dresni@gmail.com
Página Web: www.e-sexualidad.com
11 de octubre de 2011 09:34

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