martes 24 de enero de 2012
ELLOS: la gestación de las disfunciones sexuales.
La revolución sexual de mediados del siglo XX provocó un antes y un después en la vida sexual de hombres y mujeres. Esta revolución otorgó derechos y deberes para los sexos que ambos asumieron, haciendo norma en sus relaciones afectivas sexuales.
La sociedad de consumo y el Estado del bienestar favorecieron la permisividad social hacia la sexualidad, permitiendo la divulgación sexológica, la educación sexual y los gabinetes de especialistas en terapia sexual, pasando a ser la sexualidad un objeto de consumo al servicio de los géneros. La sexualidad es buena para todos, pero hay que aprender a disfrutarla y para conseguir este fin surge una industria que conseguirá altos beneficios. La sexualidad vende y su comercialización genera multitud de negocios altamente rentables para industrias como la farmacéutica, la cosmética, la moda, la pornográfica, la cirugía estética, los espectáculos de ocio, la cultura de entretenimiento, la televisión y el cine que adquirirán un auge extraordinario gracias al diamante en bruto que sirve en bandeja la sexualidad. También dará pie a un desarrollo especial de la prostitución.
La cultura de los géneros no se ve influenciada por estos cambios sociales en cuanto a la sexualidad; por el contrario, se reafirman sus principios y valores.
Y entonces, por fin, las mujeres adquirimos la condición de seres sexuados. Tenemos deseos sexuales, incluso nos masturbamos, aunque no somos las dueñas de nuestro placer, sino que nuestro disfrute dependerá de la experiencia y habilidad de nuestra pareja sexual, que será quien tenga la clave de nuestro gozo; o sea, que el que nos lo pasemos bien dependerá de las buenas artes amatorias que tenga el caballero en cuestión. Y es que las mujeres somos “lentas” en la excitación, necesitamos juegos previos para excitarnos, debemos ser generosas y pasivas en los encuentros sexuales, dejándonos hacer, y cómo no, precisamos un coito prolongado para poder alcanzar el orgasmo.
Los hombres no salen mejor parados de esta revolución sexual. Ahora a ellos se les exige calidad más que cantidad. De ellos se espera que sean buenos y experimentados amantes, que conozcan técnicas, posturas y habilidades que deben mostrar en cada encuentro. Ellos son los responsables de su placer, pero sobre todo del de su pareja.
El que las relaciones sexuales sean calificadas de exitosas o satisfactorias dependerá, entonces, de las habilidades que cada hombre posea para excitar a su compañera sexual, el tiempo que éste sea capaz de mantener el pene erecto para que ella llegue al clímax, eso sí, sin perder la erección, y claro está, se le presupone “buen explorador” para saber y encontrar, sin que nadie se lo diga, las zonas que debe estimular a su pareja para que esta le dé el calificativo de buen amante.
Excesiva responsabilidad para quienes la sexualidad se escribía en masculino. Esta atribución errónea de la responsabilidad que sólo corresponde a cada amante, ha traído consigo el desarrollo en los hombres del temor a no “dar la talla” y el sufrir disfunciones sexuales que los inhabilitan como buenos amantes.
Las disfunciones sexuales se van gestando en el pensamiento recurrente del varón ante el miedo a la ejecución, y una vez en la alcoba, siente que lo que pensaba y presentía se confirma: su pene está ausente.
Y es entonces cuando nuevamente la ansiedad, la frustración y la desesperación se abrazan con fuerza al pensamiento del hombre, que siente que no es capaz de mantener erecto su pene y no sabe qué hacer para conseguirlo. Esta espiral de pensamientos lleva a que muchos hombres eviten mantener relaciones sexuales y vean su autoestima dañada.
Y es que al común de los hombres los inquieta o preocupa:
• El tamaño de su pene.
• La erección y la resistencia de su pene, y
• Que su pareja se lo pase bien.
En el pensamiento de gran parte de los hombres y cada vez de menos mujeres, se encuentra el que para que su pareja disfrute y se lo pase bien, deben mantener su pene erecto durante mucho tiempo. Meter y meter hasta que ella llegue al orgasmo. Les cuesta entender e interiorizar que no es el coito la fuente y el punto clave del placer femenino, sino su clítoris. Y hasta que esto no se tenga claro y se ponga en práctica en cada encuentro sexual, las disfunciones sexuales harán presencia en la vida de las parejas, causando mucho dolor y frustración.
La sexualidad se aprende y las disfunciones se crean por la cultura de los géneros, pero afortunadamente tienen solución con terapia.
Fdo.: Raquel Díaz Illescas.
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