La homofobia es violencia de género
Por Francisco Rodríguez Cruz (periodista del semanario Trabajadores y activista del Centro Nacional de Educación Sexual)
(Especial para No a la Violencia)
La ira le transformó el rostro y las expresiones verbales y los gestos fueron subiendo el tono de las amenazas hasta proponer a los amigos, que trataban de calmarle, tomar piedras para lanzarlas a aquella pareja de muchachos homosexuales que iban tomados de la mano y se daban un beso en la calle.
Afortunadamente, esta vez solamente se trataba de una dramatización en el ámbito de un taller sobre los derechos sexuales como derechos humanos, entre activistas y promotores de salud del centro provincial de prevención de las ITS/VIH/sida en Santiago de Cuba, que tuvo lugar como parte de las actividades de capacitación y debate en la reciente IV Jornada Cubana contra la Homofobia.
La violencia de la situación supuesta sorprendió incluso a uno de los improvisados actores, quien quedó asombrado y emocionalmente impactado al ver que un joven apuesto, dulce, varonil, aparentemente seguro de sí, podía de pronto convertirse no solamente en un hombre ofensivo, irracional, despreciativo del
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derecho de otros a expresar en público su orientación no heterosexual, sino que ello le hizo perder el control hasta manifestarse como un peligroso agresor en potencia.
Esta forma extrema de violencia por prejuicios homofóbicos, aunque no podemos afirmar que sea una conducta frecuente en Cuba, está sin embargo en el imaginario popular de una parte de la población machista sobre todo masculina, presta a emerger cuando se dan circunstancias negativas adicionales como el consumo de alcohol u otras sustancias alienantes, el bajo nivel cultural y la marginalidad de los individuos involucrados en tales hechos.
Y aunque se trata de una conducta límite, ilustra muy bien la naturaleza de la homofobia, como expresión de la violencia de género.
Porque, en el fondo, detrás de cualquier comportamiento homofóbico es posible detectar, aislar casi como si fuera una prueba de laboratorio, un sistema de códigos que funcionan en nuestras sociedades heteronormativas y patriarcales, que actúan sobre la base de los estereotipos acerca de lo que deben ser y hacer un hombre y una mujer, siempre con una visión que considera inferior lo femenino.
La ruptura de la normatividad masculina y el binarismo de género, en el cual los roles para el hombre y la mujer tienden a ser con frecuencia bastante inflexibles, es tal vez una de las causas de la homofobia más fáciles de identificar.
Esta cualidad de subvertir los valores culturales y las normas sociales arraigadas por siglos son una de las razones más poderosas por las cuales se intenta la invisibilidad, la proscripción y, si es necesario, la represión de cualquier orientación sexual no heterosexual, o de una identidad de género que no concuerde con la apariencia genital.
Sencillamente, ser gay, lesbiana, bisexual, transexual o intersexual pone en crisis un sistema de pensamiento hegemónico que se consideró conveniente y ha dado muy buenos resultados, por cierto para reproducir socialmente las relaciones económicas y políticas de subordinación de las mujeres hacia los hombres.
Ante los ojos de las personas y de las estructuras sociales porque el asunto trasciende a los individuos para anclarse en las instituciones y otras formas organizativas constituidas, que detentan ese poder autoritario que se funda en la violencia de un género sobre el otro, los homosexuales varones cometerían la gran imprudencia políticamente inaceptable de no ser los machos dominantes ante las mujeres; las lesbianas asumirían una independencia vergonzosa para la primacía sexual y la subordinación material que, como mujeres, deberían concederles graciosamente a los hombres.
En el caso de la bisexualidad, el rechazo proviene por partida doble ante el riesgo de que se transgredan los roles de género, aunque podría hallar también una benevolente tolerancia en el caso de los sujetos masculinos, cuando reproducen desde esta orientación sexual el estereotipo del "depredador" que somete por igual a mujeres y hombres.
En el caso de una mujer bisexual, por el contrario, tendría que cargar también con el estigma de su presunta liviandad a partir del viejo e hipócrita cuestionamiento ético de doble rasero con que siempre se les juzga a ellas como prostitutas, cuando en materia de sexualidad expresan comportamientos similares a los que sirven para premiar con un inmerecido reconocimiento social a los varones.
La transexualidad y la intersexualidad son, sin dudas, las más subversivas de las variantes para este orden ideológico reinante y presumiblemente aceptado por una amplia mayoría, al hacer saltar en pedazos no ya solamente la relación de 8
supremacía entre hombre y mujer, sino incluso los paradigmas, los conceptos mismos de qué son la hombría y la feminidad.
La exclusión de todas estas variantes de la sexualidad humana, ya sea mediante el silenciamiento de su existencia, su patologización convertirlas en enfermedades, victimización, ridiculización, discriminación en todas sus variantes, hasta su castigo o punición de hecho o de derecho, es por ello, en última instancia, violencia de género.
La manera de combatir este tipo tan particular de actitudes y acciones violentas algunas tan sutiles y solapadas que ni siquiera es preciso alzar la voz para asumirlas o cometerlas, pero que igual dañan y provocan dolor y sufrimiento va más allá de la reprimenda moral o la sanción legal de los hechos que las tipifican, lo cual, por cierto, es urgente llevar cada día con más fuerza y claridad tanto al sistema de valores de la sociedad cubana como a su ordenamiento jurídico.
Solo en la medida que vayamos construyendo un nuevo tipo de sociedad, que supere las distorsiones históricas acumuladas en materia de (in)equidad de género, desaparecerán consecuentemente las causas últimas de la discriminación por motivo de la orientación sexual e identidad de género y, con ella, su variante más extrema como manifestación de violencia: la homofobia.
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