La educación sexual y los elefantes
El arzobispo Héctor Aguer consideró “farragoso”, “ateo” y de “inspiración neomarxista” un manual oficial para formadores escolares en sexualidad. Aquí le responden la dirigente docente Stella Maldonado y el profesor Sergio Wischñevsky.
¿Educar para el amor?
Por Sergio Wischñevsky *
“Conocemos cómo Francisco de Sales, en Introducción a la vida devota, exhortaba a la virtud conyugal; a los casados les proporcionaba un espejo natural cuando les proponía el modelo del elefante y de las buenas costumbres de las que daba prueba con su esposa (sic). Nunca cambia de hembra y ama tiernamente a la que escoge, con la que con todo, sólo se aparea cada tres años y esto únicamente durante cinco días (...) Antes que nada, se dirige al río en el que se lava todo el cuerpo, sin querer de ninguna manera volver a la manada hasta no estar purificado.” El autor de estas instructivas líneas escritas allá por 1600 adquiere vigencia porque su bella fábula es usada como modelo a seguir frente a las peligrosas propuestas “neomarxistas” que se implementan desde el Estado.
El arzobispo de La Plata y presidente de la Comisión de Educación Católica del Episcopado, Héctor Aguer, representa la máxima autoridad de la Iglesia en lo que a educación se refiere. Por lo tanto, su ataque al manual Material de formación de formadores en educación sexual y prevención del VIH/Sida, que procede de los ministerios de Educación y de Salud, y que se basa en programas de lucha contra el sida de las Naciones Unidas y de otros organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), constituye la postura oficial de la Iglesia frente a la ley de educación sexual integral.
Lo inusual de las críticas no radica en su virulencia, sino en el marcado tono ideológico elegido. Los graves problemas que se derivan de la falta de educación sexual en los jóvenes, sobre todo en mujeres, van desde la proliferación de embarazos no deseados hasta una amplia gama de enfermedades, de la cual el sida sólo es la más peligrosa pero de ninguna manera la única, y situaciones de abuso por parte de los adultos. Por ello, vale la pena detenerse a analizar qué tipo de intelectual es Héctor Aguer y qué entiende por educación sexual.
“En la historia de la cultura occidental ocurrió un episodio curioso: cuando ambas luces, la de la razón y la de la fe entraban en eclipse, el movimiento filosófico que provocaba la tiniebla recibió el nombre de Ilustración; se lo llamó también Iluminismo y a ese siglo –el XVIII–, Siglo de las Luces. Esta ironía siniestra recubrió de afeites prestigiosos y reivindicatorios la negación de la revelación divina y del vuelo metafísico de la inteligencia; la religión quedó encerrada en los límites de la mera razón y ésta reducida a explorar el campo de los fenómenos.”
No deja de ser curioso que el llamado Iluminismo se llamó así para contrastarlo con lo que ellos denominaban “la oscura Edad Media”. En un documento elaborado como respuesta y a la vez propuesta de trabajo en las aulas, se explicita lo que parece ser el meollo filosófico con el que se discrepa: “la sexología” no tiene en cuenta que existe una naturaleza humana. Por ello, hay un deber ser al que ajustarse y todo aquello que se desvíe de este camino constituye la puerta de entrada a los problemas que se pretende combatir. Por ello es que más que hablar de educación sexual se debería hablar de “Educación para el amor”. A partir de esta premisa aparecen los grandes ausentes según Aguer: el amor, el matrimonio, la entrega, la familia, la maternidad y la paternidad.
Por esta razón opinan que los chicos no necesitan información, sino formación en valores: “la educación sexual fundamentalmente trata de proporcionar información biológica sobre el funcionamiento de los aparatos sexuales masculino y femenino; información sobre cómo se realiza el coito sexual, la contracepción, el aborto, ‘el sexo seguro’, las enfermedades de transmisión sexual, y presentar como normales toda una serie de prácticas aberrantes bajo el argumento de que son mitos, prejuicios o ignorancia lo que se ha tachado de cosas malas y que impiden el ejercicio pleno de su sexualidad a las personas, como la masturbación, el sexo fuera del matrimonio, la homosexualidad y las parafilias”.
El concepto de sexualidad llega a aceptarse a partir del siglo XIX como resultado de la observación minuciosa de que las prácticas sexuales eran mucho más variadas y amplias de lo que la propuesta religiosa ortodoxa prescribe o que el elefante fiel nos enseña.
Aun así, el argumento de que se debe respetar la libertad de conciencia es más que aceptable. Sin embargo, cuando de lo que se trata es de la salud de cientos de miles de niños y jóvenes, resulta un retroceso inaceptable hacer prevalecer el discurso religioso por sobre el científico y, en este caso, el que la inmensa mayoría de los profesionales de la salud recomiendan.
Educación para el amor, en todo caso, es justamente cuidar a nuestros chicos, acercarnos a sus problemas reales y acompañarlos. Esgrimir la castidad o las relaciones prescriptas según códigos desde un deber ser tiene como contrapartida la constatación de que no se da respuesta y se expone a peligros reales a todos aquellos que no ven luz en las concepciones medievales y no se acogen a los viejos mandamientos.
* Profesor de historia.
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